Gracias a la gentileza de los pregoneros, voy publicando desde ya hace unos años, sus pregones, para su archivo y más extendido conocimiento por Internet.
Nuestro paisano y sacerdote, Jesús Ruiz Martín-Ambrosio me lo ha proporcionado vía correo electrónico con una inmediatez, que agradezco mucho, dado que me gusta dejarlo unos días en primera entrada porque el pregón de Ferias y Fiestas le sigue de inmediato.
De todas maneras pueden ser buenos hermanos y viajar juntos por el mundo mundial para disfrute de aquellos que los quieran leer con detenimiento.
PREGÓN FRAY GABRIEL DE LA MAGDALENA
3 septiembre 2025
Saludos: Sacerdotes, Autoridades, Cofradía,
pueblo de Sonseca.
Siempre que me acerco a Fray Gabriel me quedo sorprendido por la grandeza de su vida. Con este pregón pretendo poner de relieve la altura y gran dignidad de su vida.
Para ser beato la iglesia establece un proceso en el que, tras la presentación por parte de algún obispo, se admite que un cristiano puede tener una vida ejemplar y se le nombra Siervo de Dios. Entonces comienza el estudio de su vida, sus escritos y la recogida de testimonios sobre él. Cuando la Iglesia estima que ha vivido las virtudes en grado heroico le declara Venerable. Y queda a la espera de un milagro probado como científicamente inexplicable, para ser declarado Beato.
Pero cuando ese cristiano ha muerto mártir, como es el caso de Fray Gabriel, ese proceso queda muy reducido. Sólo hace falta probar que ha sido asesinado por mantenerse fiel a su fe y entonces ya está listo para la declaración como Beato. Dar la vida por Cristo es lo máximo que un hombre puede hacer. Esto facilita los trámites y los tiempos, pero hace que conozcamos y valoremos menos la calidad de su vida antes del martirio. Sólo se estudia el momento decisivo de dar la vida. Nuestro beato no fue un cristiano normal, que es beato por ser mártir. Nuestro Beato tuvo una vida absolutamente ejemplar y de una santidad elevadísima. Vamos a irlo viendo…
Ya desde su época anterior a entrar en la orden franciscana era conocido en el pueblo como “el santo”. Un cirujano que destacaba por su piedad. Hombre austero, trabajador y con fuerte vida de oración.
A los 30 años, en 1598, entra en la orden de san Francisco, pero no en cualquier convento, sino en la rama alcantarina (reformada por san Pedro de Alcántara). Santa Teresa de Jesús se sintió admirada por la espiritualidad de este santo, hecho de raíces, diría ella, que buscaba la pobreza extrema, austeridad y penitencia, trabajo, predicación y vida de silencio y oración.
Cuando mueren sus padres en 1601, libre de ataduras en la tierra, decide ir a la misión en Japón. Veamos más despacio lo que supone esto en su interior. Japón había sido descubierto en 1542 por Portugal. Siete años después llega san Francisco Javier e inicia la misión en el país. Japón tenía un emperador que no disponía de poder real. El país era gobernado por un Shogun, es decir un general supremo. En cada territorio había un Daimio, esto es un señor feudal que administraba el territorio bajo las órdenes del Shogun.
Al principio el cristianismo crece sin problemas y es bien visto. Muchos Daimios se convierten y facilitan la misión en sus territorios. Pero en 1585 el shogun Taicosama se hace con el poder y decreta el destierro de los misioneros y la destrucción de las iglesias. Aunque este primer decreto de persecución no fue apenas aplicado, ya da muestras de por donde irían las cosas.
La fe católica se fue difundiendo. En 1588 fue elevado el Japón a obispado independiente con sede en Funai y en 1593 los franciscanos entran en Japón, bajo el reino de España, con san Pedro Bautista al frente. Fundan la primera iglesia en Miaco y el primer convento en Nagasaki, puerto de mar, desde donde es fácil atender a los religiosos enfermos y comunicarse con Filipinas, que era la base de operaciones.
En este momento fray Gabriel tiene 26 años, ya tenía contactos con los franciscanos y conocía estas noticias. En una carta que Fray Pobre de Zamora escribe a España para informar sobre la misión, dice: “El concierto que se tiene, así en el convento como en los hospitales, es admirable: los religiosos dicen sus maitines, ya cantados, ya rezados, largas vigilias, devotas oraciones, continuas disciplinas y ayunos… luego los religiosos se van a estudiar la lengua. Los japoneses cristianos, que son seis, van a predicar a los gentiles que acuden tanto a oír, que muchas veces no les dan lugar para comer ni para cenar. Tanta es la gente que acude, que acontece a éstos predicando hasta las diez y más de la noche. Los religiosos a las dos dicen vísperas y completas, y luego la mitad de ellos van a bautizar y la otra mitad a lavar leprosos… Pues en los hospitales, ¿quién habrá que no loe al Señor al ver el concierto que hay?”.
La prosperidad y
el crecimiento trae las envidias y recelos. El 5 de febrero de 1597 se produce
la primera persecución a muerte en Nagasaki. Los primeros mártires del Japón,
que conocemos en la liturgia como san Pablo Miki y compañeros mártires, que
murieron crucificados. 6 franciscanos (entre ellos san Pedro Bautista, Prior franciscano
y Embajador de España), 3 jesuitas y 17 laicos (entre ellos dos niños).
Siguieron más martirios y se destruyeron muchas iglesias.
La persecución
buscaba el control ideológico del país por el sometimiento total y la negación
radical de la libertad. Esta persecución, con algunos respiros, se mantuvo
hasta el siglo XIX. Es, por tanto, algo imprescindible para entender el
carácter de este pueblo japonés.
El Shogun
Taicosama muere en 1598 y se restablece un tiempo de calma. Llega al poder el
Shogun Tokugawa en principio favorable a los cristianos. Que abre la puerta a
los misioneros.
En este momento
vuelve a España fray Pobre de Zamora, que había sido compañero y testigo de los
mártires crucificados y viene a organizar un nuevo envío de misioneros. Con su
testimonio remueve el fervor misionero de nuestro país y de nuestro joven fray
Gabriel y ¿quién no se removería?.
El Acta de los Mártires de Nagasaki dice así: “Pablo
Miki al verse en el púlpito más honorable de los que hasta entonces había
ocupado (la cruz), declaró en primer lugar a los circunstantes, que era japonés
y jesuita, y que moría por anunciar el Evangelio, dando gracias a Dios por
haberle hecho beneficio tan inestimable. Después añadió: al llegar este momento
no creerá ninguno de vosotros que me voy a apartar de la verdad. Pues bien, os
aseguro que no hay más camino de salvación que el de los cristianos. Y como
quiera que el cristianismo me enseña a perdonar a mis enemigos y a cuantos me
han ofendido, perdono sinceramente al rey y a los causantes de mi muerte, y les
pido que reciban el bautismo. Y volviendo la mirada a los compañeros, comenzó a
animarles para el trance supremo”.
Fray Gabriel se
apunta a esta misión y sabe a donde va. Sabía que no volvería y que acabaría
martirizado. “Por amor a Dios, en busca de trabajos que sufrir por Vos”. La
expedición fue aprobada en junio, y llegaría a Filipinas al año siguiente en
1602, tras un penosísimo viaje por barco de un año.
En 1606, con 38
años fray Gabriel llega a Japón. Con una doble misión; ser médico (en los
hospitales y en las casas de los enfermos) y ser evangelizador. Regentó el
hospital de Osaka durante 8 años. Curaba enfermos de toda clase social, también
a los no cristianos. Por eso, era bien visto por todos. Esta es una época de
expansión de la misión y se fundan nuevos conventos.
Fray Gabriel tuvo
que adaptarse a este nuevo país de religión Sintoísta, que creían que los
espíritus divinos estaban en los elementos de la naturaleza. No sería difícil
ver a un japonés abrazado a un árbol, como hacen ahora algunos occidentales.
Les costaba creer en un solo Dios, en un Padre bueno que nos mandaba amarnos y
respetarnos. Pecado, arrepentimiento y conversión no entraban en el lenguaje
japonés.
Y junto a ello las
costumbres del lugar: sentarse y dormir en el suelo, comer pescado crudo, comer
con palillos, idioma nuevo y un clima duro: tifones, terremotos, lluvias
interminables, nieve en los poblados montañosos.
Pronto llama fray
Gabriel la atención en Japón por su virtud. Hombre humilde. A pesar de saber latín
y ser cirujano, quiso permanecer como hermano lego, y eso, le hacía estar al
servicio de todos los padres de su orden, en cuestiones de intendencia y
recados. Hombre activo en la caridad según el expresaba; “Cuchillo que no
corta, ¿para qué sirve?, vestido que no cubre, ¿para qué es bueno?”. Curaba sin
cobrar nada, incluso él les daba las medicinas y, a veces, los alimentos si no
tenían (cosa normal entre los cristianos perseguidos).
El portugués
Roberto Paiva dice: “Pidióme el hermano Gabriel una limosna de arroz, y dándole
yo un fardo por amor de Dios no lo quiso aceptar por no tener necesidad de
tanto. Solo tomó unas diez libras (5 kilos) y lo metió en un saco y lo echó
sobre sus espaldas, diciéndome que lo llevaba a los pobres cristianos japoneses
que vivían en una aldea, en donde dicho religioso tenía una choza”. Y añade:
“En otra ocasión me aconteció con el mismo religioso que, estando yo en su
casa, se llegó a mí y me dijo que le socorriera en una necesidad que de
presente tenía, a lo que pareciéndome que pediría una limosna grande, le
respondí que pidiese lo que quisiese, que todo se lo concedería. El dicho
religioso me pidió por amor de Dios que le diese una limosna para comprar un
poco de azúcar. A lo que yo con gran alborozo dije que cuántas libras quería,
que luego yo lo mandaría comprar. El respondió que no necesitaba por entonces
más que media libra para unos pobres japoneses enfermos que tenía en su
compañía, a los que dicho religioso curaba con sus medicinas por ser oficio que
de ordinaria usaba con los japoneses enfermos, porque era mucha su necesidad. Y
mandándole yo buscar el azúcar, se fue con él muy contento y satisfecho por
llevar ya con qué consolar a sus enfermos”.
Cuando volvía de
sus visitas médicas por los pueblos de la montaña, cargado y cansado, si
encontraba la puerta del convento cerrada por las horas, se quedaba en la
puerta hasta que amanecía, para no molestar al hospedero.
También destacaba
por su vida de piedad y oración. Largos ratos de oración, incluso estando en la
cárcel, donde algunos testigos relatan sus arrobamientos y haberle visto alguna
vez suspendido por encima del suelo. Y un don muy especial que Dios da a muy
pocos santos, el estar en otro lugar repentinamente para ejercer la caridad.
Así lo cuenta el padre Antonio de Santa María como desaparecía de los ojos de
sus carceleros y volvía pasado un tiempo. También nos habla de sus curas
milagrosas: “De cualquier hierbecita sacaba un remedio”. Dones sobrenaturales
que Dios concede a muy pocos.
Vamos a mirar ya la
última parte, su vida en la persecución y su martirio. El Shogun Tokugawa
construyó un estado feudal centralizado y autoritario con un gobierno estable y
con una sucesión dinástica. Lo que acabó con las guerras de poder. Aplicó una
política de aislamiento del país y de cierre de fronteras para controlar todas
las instituciones. Pronto chocaría con la iglesia, cuando quiso controlarla. En
este momento muchos Daymios (sobre todo del oeste de Japón) eran cristianos y
no aceptaban estas pretensiones. La autoridad del Shogun reglamentaba todo: la
vestimenta, los peinados, las normas de comportamiento, las armas, los
apellidos, prohibían montar a caballo, salir de Japón. E imponía unos impuestos
del 50 por ciento. Todo ello obligado cruelmente por los Samuráis.
No tardó mucho en
comenzar una sangrienta persecución. En 1613 el Shogun decreta la prohibición
de hacerse cristianos, la conducción de los misioneros a Nagasaki para
desterrarlos, la destrucción de las iglesias y el ajusticiamiento de los
cristianos que no renegaran de su fe.
En los primeros
días de la persecución, estando en Osaka viendo a los cristianos en público
escarmiento metidos en sacos en la plaza, se disfrazó de japones y se metió en
un saco. Cuando los guardias le reconocieron, le sacaron asustados de que se
enterara el gobernador (pues era su médico personal). “Padecer por Cristo”. Manifestaba
que estaba dispuesto al Sacrificio por el Cordero, el Señor Jesús.
Fray Gabriel es
expulsado de Osaka y se refugia en Kyusu, pues no quería abandonar Japón. Se
quedará ahí en los alrededores de Nagasaki hasta el final, ejerciendo la
medicina a escondidas, pues si le veían entrar en las casas, serviría para
delatarlos como cristianos. A pesar de todo seguía teniendo gran fama por sus
curaciones y quisieron salvarle de la persecución, le ofrecieron llevarle a
Manila, pero no accedió. Los jueces y gobernadores disimulaban con él por el
mucho provecho que sacaban de él.
En 1624, con 11
años de persecución, 30.000 cristianos habían sido desterrados o muertos (en
prisión o ajusticiados). Con martirios muy crueles (quemados vivos,
aplastamiento de miembros, colgados por los pies e introducidos en agujeros con
estiércol, inmersión en aguas hirvientes, crucificados en el mar para ahogarse
con la pleamar). La persistencia de la persecución (1660) llegó a acabar casi
por completo con el catolicismo y a vivir en modo de catacumbas.
Todo japonés tenía que manifestar anualmente en público su religión. Para ello, desde 1627 se exigía pisar las imágenes cristianas. En 1630 había más de 4.000 mártires. Si aparecía alguien cristiano, era reprimida su familia y todo su grupo de referencia.
En la prueba sale la virtud heroica de los santos. Cuando el padre Diego de san Francisco cayó enfermo en una casa en Nagasaki y fray Gabriel fue a curarle, le siguieron los soldados, esto comprometía al padre y a los que le hospedaban, tuvieron que esconderse y huir por los montes, sobreviviendo los dos religiosos en una cabaña más de 10 meses hasta que el padre curó.
En julio de 1629 fue nombrado gobernador de Nagasaki Takenaka, famoso por la saña con que perseguía a los cristianos. La persecución se recrudeció. Muchos abandonaron la fe y algunos la confesaron con su vida. Llegó a incendiar los montes donde se escondían los cristianos. Encarcelaron o huyeron todos los misioneros. Por fin prendieron también a fray Gabriel, delatado por un sirviente de los frailes a quien habían sometido a tormentos. Le cogieron a finales de febrero de 1630 en los montes Ikiniki. El 20 de marzo fue llevado a la cárcel de Omura donde había más religiosos. Estuvo encarcelado año y medio.
En una carta a Manila a su superior dice: “Todos dicen que nos han de matar este año. El Señor ordene lo que más convenga para su servicio. Sírvase el Señor, que siempre me ha llevado como a un niño. Pido a todos que me perdonen el mal ejemplo que les hubiere dado y me encomienden a Dios”.
“Denos el Señor mucho de su divino amor, porque llevemos su cruz con contento y alegría. No es tiempo de perder un punto a Dios”.
Al poco de llegar a la cárcel enfermó el gobernador de Nagasaki. Estuvo dos veces por algún periodo en casa del gobernador. Cuidó también a su sobrina y a algún otro señor principal. La caridad frente al odio. En esta estancia soporta injurias: un japonés habló mal de los españoles y fray Gabriel le contradijo. El japones le echó las manos a la garganta y le dijo: reniega, reniega. A lo cual respondió fray Gabriel: aunque me hagan tajadas, no renegaré”.
El 25 de noviembre de 1631 es trasladado a la cárcel de Nagasaki con sus compañeros religiosos para someterlos al tormento de las aguas sulfúreas de Unsen. Lo sufre el 9 de diciembre (colgados los bajaban al agua hirviente y hedionda por breve tiempo (si no morirían), les abrasaba la carne y les habría llagas. A Fray Gabriel por ser mayor (63 años) y por el respeto que le tenían sólo le metieron dos días. Se desmayó y se puso muy malo. Todo con el fin de que renegaran de su fe y pisaran la imagen de Cristo crucificado. Fray Gabriel levantó la imagen en alto y amenazó con cortar el pie a quien la pisara. Después de esto le dejaron tranquilo.
El 5 de enero de 1632 fue llevado de los montes de Unsen a la cárcel de Nagasaki. El día 1 de septiembre se ultimó la sentencia de muerte. Los religiosos deberían ser quemados vivos, pero si apostataban serían liberados con una compensación generosa. Todos los prisioneros respondieron que ofrecían su vida a Dios, que estaban dispuestos al sacrificio por amor de Dios, su ley y su Evangelio.
El 3 de septiembre a las 10 de la mañana se cumplió la sentencia. 6 columnas con una pila de paja y ramaje. Atados ligeramente para que pudiesen desatarse y apostatar, con la leña humedecida con agua de mar para que ardiese más lenta. Las llamas consumieron sus cuerpos y sus almas volaban al cielo.
Un hermano suyo de orden en una carta a España le despedía así: “Adios mi hermano fray Gabriel, Dios le haga un ángel, y verdaderamente era un ángel por su pureza y castidad”. Sus cenizas fueron arrojadas al mar para que no quedaran reliquias. Sólo queda el rastro de su caridad infinita y un ejemplo para todos.
Termino. Muy pronto, en 1668 la Santa Sede
le declaró verdadero mártir. Dentro de 7 años será el 4º centenario de su
muerte (2032) os invito a hacer algo grande, digno de la grandeza de este hijo
ilustre de Sonseca. No hay otro sonsecano más importante y destacado en el
mundo que él. La canonización depende de un milagro probado, acostumbrémonos a
invocarle en nuestras enfermedades y pedirle esos milagros.
¡Viva fray Gabriel!.
Jesús
Ruiz Martín-Ambrosio
Rector
del Santuario de San José (Talavera de la Reina)