RECUERDOS DE MI INFANCIA EN MARJALIZA
El
responsable de este blog, aprovechando la ventaja de comunicarme con todos
aquellos que libremente lo abren, quisiera dar y compartir un sencillo homenaje
a nuestro decano, al señor Demetrio González Martín, que con sus 103 años y
medio es el sonsecano más longevo actualmente, a finales de julio del 2019.
El párroco, don José Carlos, da la Santa Unción al señor Demetrio González a sus 103 años. |
De sus recuerdos ofrecidos para el programa de Fiestas de Santa Quiteria de Marjaliza entresaco los más significativos. Lo considero así como colaborador de Sonseca en el zurrón.
Nos
cuenta, el señor Demetrio, uno de los pastores de “campanillas”, entre los
muchos que hemos contado en Sonseca, que llegó con su familia a Marjaliza en
1921 con solo cinco años (nació el 22 de diciembre de 1915) y permaneció hasta los trece.
Marjaliza desde la Sierra que lleva su nombre |
Su padre,
Juan González, de la familia de los “botellas” y su madre, Patrocinio Martín
con sus cinco hijos se decidieron a irse a Marjaliza para trabajar de pastores
en la casa de doña Adela, la “bodega”, viuda, buena persona y con cuatro hijos
que hizo de patrona. En el pueblo conocidos por su apellido: los Gamarra.
En
aquellos años, había en Marjaliza tres majás o ganaderías de ovino, una de
ellas, de doña Adela, don Avelino y otra que no me acuerdo.
Toda
nuestra familia vivíamos en un chozo hecho de juncos y retama que construíamos
siempre cerca de los pastos a pastorear
por el ganado. Cuando se agotaban los pastos nos cambiábamos de hoja y también
nuestro interino hogar, la majá. El chozo había que volver a construirlo de
nuevo.
Nuestro
trabajo consistía en cuidar 250 ovejas, aproximadamente, y diez o doce cabras.
Todos los hermanos contábamos con pocos años, estábamos en la fase del mandilón
y el chupete, pero ayudábamos a mis padres todo lo que podíamos, sobre todo a
carear el ganado por las tierras que nos tocaban pastar.
Quisiera
destacar la ayuda de los tres perros, imprescindibles en estas labores del
pastoreo: un San Bernardo, “Sultán”, de
nombre; un Pastor Alemán, “Matalobos” y un perrito carea, “Fisturín” encargado
de las salidas, recogidas de las ovejas así como de su control y
desplazamientos por los caminos oportunos, siempre a las órdenes de mi padre.
“Sultán”
y “Matalobos”, los dos grandes perros, protegían la majá, de los posibles
ataques de los lobos de día o de noche e incluso de otros perros. Les colocaba
mi padre en el cuello un collar llamado “escarlantas”, con pinchos acoplados a
su alrededor para protegerlos de posibles mordiscos en las peleas con los
rivales: perros o lobos cuando venían a hacer incursiones en el ganado. En esos
años no faltaban los lobos en los Montes de Toledo y fuimos visitados por ellos
varias veces.
Ganado de ovejas de hace unos años en los aledaños de Marjaliza |
Durante
el invierno, llevábamos el ganado al pueblo a pasar la noche a unos corrales
con porches para protegerse del frío, de las nevadas, más habituales que ahora.
Nuestro hogar seguía siendo el chozo, al que volvíamos a descansar y dormir.
Nuestra madre nos cocinaba las patatas, legumbres, huevos … siempre con algo
carne, que no faltaba. Mi padre se las arreglaba bien para conseguir alguna
pieza de caza con su inseparable garrote.
En
primavera, verano y otoño, las ovejas y cabras las encerrábamos en el “bardisco”
o redes al aire libre. Se iba cambiando el aprisco según se acababan los pastos
del terreno. Éste se quedaba a la vez embasurado.
Los meses
de ordeño comenzaban a últimos de diciembre, cuando se vendían los corderos y
los chivos, hasta el 29 de junio, San Pedro (fecha señalada para los pastores,
pues es cuando solían cambiar de amo). Los meses siguientes las ovejas se
quedaban preñadas y se les daba el cuido conveniente hasta que se iniciaba el
nuevo ciclo.
La cabra
siempre ha dado más leche que la oveja, aunque depende de su alimentación,
cuido y aclimatación al terreno. La leche era recogida diariamente un lechero
de Los Yébenes que tenía una quesería.
Cuando
necesitábamos alimentos como carne, pescado, fruta, pan…, y mantecados en
Navidad, bajábamos a comprarlos al pueblo. Aprovechábamos para subirnos agua de
la fuente pública con sus tres caños echando agua las 24 horas del día sin
restricciones. Pasados tantos años, aún recuerdo la calidad y la finura del
agua.
También se me viene a la memoria una coplilla que cantaban los quintos del 24:
También se me viene a la memoria una coplilla que cantaban los quintos del 24:
El
domingo por la tarde,
los quintos galopaban
por el cerro San Cristóbal
cuando iban por la cabra.
Con este
sencillo escrito, testimonio de una época, quiero agradecer al pueblo de
Marjaliza, a sus vecinos, los ocho años
pasados en él por su honradez, sencillez y disponibilidad de sus
habitantes. Siempre los llevaré en lo más hondo de mi corazón.
Demetrio González Martín