MI NIÑO JESÚS
Quisiera
con este cuento de experiencia personal relatar una Navidad de mi niñez. Nunca
la podré olvidar. Siempre la recuerdo en estas fechas tan especiales, sobre
todo, cuando observo a mi alrededor los muchos juguetes que tienen los niños de
hoy en día.
En la
calle Toledo, mi calle, vivía don Emilio; un maestro de escuela, no muy mayor,
que por padecer un defecto físico, no ejercía como tal. Esta carencia, la
suplía con una habilidad increíble para fabricar casas de muñecas.
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Casa en la calle Toledo donde vivía don Emilio |
Como este
señor no tenía hijos, nos dejaba pasar a los niños del barrio a su casa para
verlas una vez terminadas.
Un año,
cerca de Navidad, nos dijo que pasáramos a ver lo que había hecho. Pasamos y
…, ¡qué maravilla! ¡Un nacimiento! Yo me
quedé con la boca abierta. ¡Qué bonito!
Tenía de
todo: río, puentes, molino, castillo, pollos, pavos… Pero lo que me dejó sin
respiración fue el portal. Las caras de la imágenes del Misterio eran tan
expresivas, que no de di cuenta que la señora Modesta, su mujer, me hablaba,
hasta que me tocó en el hombro.
La señora
Modesta me preguntó si ponía el Nacimiento. Yo le dije que no. Me aconsejó que
para el Nacimiento puede ser más sencillo; comenzar comprando el Misterio, y cada
año añadir otras figuras, animales… Pero lo importante y sobre todo, el niño
Jesús.
Cuando
llegué a mi casa, lo primero que hice, decirle a mi madre que me comprara un
niño Jesús.
A ella le
faltó el tiempo para contestarme que dinero para un niño Jesús no había. Yo me
quedé muy desilusionada.
Si el
problema es el dinero, pensé; ya se me ocurrirá algo para conseguirlo. La
solución la encontré pronto: salgo a cantar coplas el día de Nochebuena y con
el dinero reunido compro el Niño Jesús.
Conté a mi madre la idea y me contestó que sí para que la dejara en paz.
Enseguida
me puse a hacer unos muñecos de trapo que representaran a la Virgen y San José.
Mis
hermanos, cada vez que les echaban el ojo, los comparaban con las personas más
feas del pueblo. A mí no me importaban sus opiniones. Yo no los veía tan mal.
Los había hecho con mucho cariño gastando casi todos los materiales guardados
en una caja: recortes de tela, papeles de caramelos y otros.
Cuando lo
terminé, me pareció que quedaba bien. Encontré en el corral un cesto viejo.
Quité unas mimbres que le sobresalía y coloqué el Misterio. ¡Qué precioso, me
parecía! Sólo faltaba el Niño Jesús.
El día de
Nochebuena hacía mucho frío y nevó un poco. Con este ambiente, pensé, mi madre
no me dejará salir a cantar las coplas. Tuve suerte, por la tarde aclaró el
cielo y aún quedando algo de nieve, se podía salir a la calle. Anduvimos las
amigas casi todo el pueblo. No dejamos ningún familiar sin su copla.
Repartimos el dinero recogido y todavía no llegaba para comprar el Niño.
Costaba 2,25 pesetas y me habían correspondido 2,10.
A pesar
de faltarme 15 céntimos, nos fuimos a la tienda del señor Dimas Peces, situada
en la calle Numancia, a ver que pasaba. ¿Si alguien me ayudara?, pensaba yo.
Después de estar un rato mirando el
escaparate, una de mis amigas dijo:
-
Te presto lo que te falta.
Me puse loca de
contenta. ¡Por fin pude tener mi Niño
Jesús en el bolsillo!
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Tienda de Dimas Peces en la calle Numancia de Sonseca |
Para ir a
mi casa crucé una calle con puentes, que quitaron cuando pusieron el
alcantarillado en el pueblo, la actual Arroyada. Siempre me gustaba saltar
desde el puente. En uno de esos saltos, el envuelto con el Niño salió disparado
del bolsillo y dio contra el suelo.
Se me
saltaban las lágrimas mientras lo recogía. Saqué la figura del envuelto de
papel pensando en lo peor. Sin embargo, empecé a llorar de alegría: el Niño
Jesús no se había roto. Me lo guardé en el bolsillo con mucho cuidado y metí mi
mano para protegerlo.
Cuando
llegué a mi casa, me paré un momento en la puerta porque me daba miedo cruzar
un patio tan grande y oscuro. Eché una carrerita y al llegar por la mitad, me
quedé parada. Escuché a mi madre dar voces. Algo pasaba. Pensé que quizás fuera
por mi culpa, por llegar tarde. No entendía nada. Crucé entero el patio y entré
en la cocina, y nadie de la familia se fijó en mí.
Mis
hermanos estaban muy callados. Sin embargo, a mi madre le salía la furia por la
boca. No alcanzaba a entender lo que pasaba. Así que, apreté la figurita
fuertemente con la mano y salí a ponerla en el portal. Por mi cabeza los
pensamientos fluían: qué bonito resultaba el Misterio en el cesto a pesar de no
haber llegado el Niño Jesús en el mejor momento.
Rápidamente, volví a la cocina. Nada más entrar, mi madre se dirigió a
mí furiosa_
-
¿Has visto lo que han hecho tus
hermanos?
Lo que decía iba para
mí, pero la mirada puesta en un hueco
situado detrás de la puerta, donde guardaba un jamón del año anterior. Lo había
envuelto en papel como si de una joya se tratara. Miré al hueco y dije lo
primero que se me vino a la cabeza:
-
Anda, si parece un violín en vez de un
jamón.
Mi madre me dio un “quinchón”
tal, que a pesar del tiempo, todavía me acuerdo del sitio. A la vez que me
daba, decía:
-
Te van a reír encima.
Por fin
me enteré de lo que sucedía. Mi madre había descubierto que mis hermanos se
comían el jamón y para que no se notara el hueco lo rellenaban de papeles. Mira
por donde, a mi madre le dio la idea de partirlo precisamente el día de
Nochebuena y se encontró con casi el codillo.
A mí el jamón me traía sin cuidado. Mi mente,
ese año, la ocupaba mi Nacimiento y eso me contentaba mucho. Además, con lo
sucedido, intuía que seguramente después de cenar en este año no iríamos a casa
de mi tía. Ella era la única con radio y
toda la familia nos juntábamos allí pasándonoslo muy bien.
La “furia se suavizó durante la cena, tanto
que a mis hermanos les dejaron mis padres salir con sus amigos de fiesta. Como
yo era la pequeña, me iría con mis padres si ellos salían. Mi madre no estaba
por la labor, me dijo:
-
A acostar.
Cando
pasé por delante del Nacimiento, hice un alto en el camino y me dirigí al Niño:
-
Jesús, puedes hacer algo
En
seguida me arrepentí de hacer la petición. Quién era yo para solicitarle un
favor en tan pocas horas. ¡Qué hiciera lo que quisiera!
Antes de
empezar a desnudarme, oí unos golpes en la puerta de la calle, parecía como un
milagro. Me dio un vuelco el corazón. Unos vecinos venían a cantarnos una
copla. Gracias a ellos, mi madre se animó. Después de irse, cambió de opinión y
nos fuimos a la casa de mi tía. No me lo creía. ¡Era una Nochebuena completa!
Tan
contenta me sentía, que al salir de la casa de mi tía para volver a la nuestra,
le pregunté a mi padre:
-
¿Por qué brillan tanto las estrellas?
Él me contestó:
-
Porque está cayendo una buena helada.
Pensé: ¡Qué sabe mi padre! ¡No ve que las
estrellas cantan y bailan porque es Navidad! ¡No ve los tejados como si los
hubieran envuelta en papel de plata!
Él no podía saber eso, pues nunca tuvo un
Nacimiento como el mío, ni un Niño Jesús a quien pedirle que cada año la
Navidad tuviera algo especial.
Remedios Dorado
Martín.
El original de este cuento fue publicado en la revista CON LÁPIZ Y PAPEL del Aula de Adultos de Sonseca, CURSO 1996-97.
Gracias a Remedios por introducirnos en el ambiente navideño de una familia sonsecana a mediados del siglo XX.
El autor de este blog desea que el Niño Jesús, el mismo que Remedios consiguió, nos traiga esta Navidad también "algo" especial como: trabajo, salud, paz, alegría, misericordia... y se prolonguen por el próximo 2016.