JUAN MANUEL ROJAS RODRÍGUEZ-MALO,
SONSECANO DE NACIMIENTO Y ARQUEÓLOGO DE PROFESIÓN.
¡Buenas noches! Autoridades, corporación municipal,
alabarderos y queridos paisanos de Sonseca.
En primer lugar, deseo expresar mi agradecimiento, tanto a la
corporación municipal como a todos aquellos que han considerado que soy
merecedor del honor de dirigirme a todos vosotros con este pregón, cuya lectura
me emociona muy sinceramente, ya que no se trata de un mero discurso o una de
las muchas conferencias que he dado, sino de una expresión más personal que,
además, dirijo a mis paisanos, amigos y familiares, en un acto tan
significativo y señalado como este que marca el inicio de las fiestas patronales
en honor a la Virgen de los Remedios.
Con frecuencia, los pregoneros de las fiestas patronales
suelen recurrir a recuerdos de la infancia para rememorar los muchos momentos
felices que hubo en su niñez, tal vez, en un intento de imprimir un sello de identidad
con los orígenes en los que se cimentaron sus vidas. Es por ello que, en la
pedagogía actual, se hace hincapié en cuidar el período de infancia, puesto
que, en gran medida, de ello dependerá el futuro de la persona.
Yo también recurriré a alguno de los recuerdos de mi
infancia, ya que, en ellos se pueden encontrar algunas de las claves de porqué
hoy estoy aquí.
Aunque la mayoría de los recuerdos son vagos, hay algunos que
perviven con claridad por haberse fijado en la memoria a través de emociones
intensas. Y es de este selecto grupo de recuerdos de donde he rescatado uno
que, tal vez, ayude a comprender qué es lo que me llevó a estudiar algo tan
apasionante en mi vida como es la arqueología.
Tenía unos siete u ocho años, cuando, un día, mi maestro, don Juan Manuel Martín-Tereso, nos leyó un pequeño relato sobre un explorador del Amazonas que había llegado a ver unos hombres que vivían desnudos entre los árboles de la selva. Yo estaba descubriendo, a grandes rasgos, lo que era una selva, pero lo que más me impactó fue saber que existían personas que seguían viviendo como habían vivido Adán y Eva, es decir, de la misma forma en la que yo entendía que había sido el origen de la humanidad. Por más vueltas que le daba, no alcanzaba a entender cómo era posible que todavía existiera ese tipo de gente con esas formas de vida, cuando el mundo debía ser tan “avanzado” y casi perfecto como lo era para mí Sonseca, es decir, mi pequeño universo conocido.
También puedo recordar mi primer contacto con restos arqueológicos
cuando tenía catorce años. Fue en el paraje de La Mezquitilla, al que acudí
junto a mis amigos Santiago y Antonio para ver una tumba que había descubierto
un tractorista mientras araba. Mi primera
impresión fue decepcionante, ya que apenas se veía la tumba y los huesos del
esqueleto humano se encontraban revueltos entre la tierra. Aún así, para mí
aquello era una prueba que demostraba que en aquella zona había vivido gente en
una época, tal vez, más antigua de lo que era Sonseca. Emocionado e ilusionado
por ese pensamiento, procedí a recoger todos los huesos que pude para
conservarlos como algo valioso, pero, como se suele decir, “mi gozo en un
pozo”, porque cuando llegué a mi casa y le dije a mi madre lo que llevaba en la
bolsa no tardó ni un minuto en decirme que me llevara eso porque en su casa no
quería restos humanos, por muy antiguos que fueran. No obstante, logré quedarme
con varios huesos de dedos y algunos dientes y muelas que guardé en una cajita
que mantuve escondida durante mucho tiempo en mi alcoba.
Paraje de La Mezquitilla |
A medida que fueron pasando los años, y en los estudios de
bachillerato iba conociendo los períodos históricos, cada vez me seguía
llamando más la atención esa fase de la historia de la humanidad llamada
Prehistoria, de la que en los libros de texto apenas se explicaba nada, a pesar
de abarcar más del noventa y nueve por ciento de la historia de la humanidad.
Cuando me llegó la oportunidad de poder estudiar una carrera
universitaria (con gran esfuerzo por parte de mi familia, dicho sea de paso),
tenía clarísimo que debía ser Historia, pues quería ser arqueólogo y dedicarme
a investigar sobre aquel gran enigma que tanto me impresionaba desde la niñez
como era el origen de la humanidad, es decir, nuestros orígenes.
Supongo que no es necesario extenderme en explicar lo difícil
que ha sido, y es, dedicarse a la investigación en nuestro país, y mucho más si
se trata de un área dedicado a las ciencias humanas, razón por la que mi
vinculación con la arqueología ha tenido que estar encaminada a los trabajos
profesionales de estudios que, en la mayoría de los casos, están relacionados
con diverso tipo de obras de construcción en las que puedan verse afectados
restos o vestigios del patrimonio histórico o arqueológico, ya sea en la
rehabilitación de edificios medievales o en la ejecución de obras públicas y
privadas que se realicen en lugares catalogados. No obstante, los más de
quinientos trabajos que he abordado a largo de los 23 años de profesional, me
han permitido enfrentarme con un variadísimo tipo de enigmas sobre la historia
y la prehistoria, algunos de los cuales han tocado de cerca en mis raíces
sonsecanas: como es el descubrimiento de varias fases constructivas de la
iglesia parroquial, durante la última rehabilitación que se hizo; el estudio de
la cisterna-manantial que apareció en la última remodelación de la plaza de la
Virgen; así como, el estudio que realicé, junto con nuestro paisano Francisco
Sánchez, de un poblado medieval y de restos de una cabaña prehistórica que
aparecieron en la finca de Villaverde cuando se construyó la carretera de
Villaminaya, y que aparece publicada en el programa de fiestas de este año.
Foto de la cisterna-manantial publicada en el programa de Ferias y Fiestas por el pregonero junto a un artículo titulado: Descubrimiento e interpretación de los restos arqueológicos de la plaza de los Remedios.
Como he dicho anteriormente, el haber tenido la posibilidad
de realizar estudios arqueológicos me ha dado la oportunidad de conocer una
gran cantidad de restos que dejaron nuestros antepasados y de dedicarles muchas
horas de reflexión para poder entender la
información que podían transmitir. Entre los distintos tipos de información, la
más abundante es la conocida como “cultura material”, es decir, las formas o
maneras de haber fabricado objetos o edificios, si bien, este tipo de
información siempre la he mantenido en un segundo plano, porque lo que más me
ha importado y me importa es conocer a quienes fabricaron esos objetos o
construyeron esos edificios. Y no me refiero a los nombres o al aspecto físico
de esas personas. Me refiero, a que mi interés se centra en saber el máximo
posible sobre lo que pensaban y qué era lo que motivaba a esos antepasados
nuestros para fabricar esos objetos, construir esos edificios o habitar en esos
lugares con esas formas de vida.
En definitiva, me apasiona poder saber más sobre sus
emociones. Unas emociones que, hasta tal punto marcaban sus vidas, que les
llevaba a emprender guerras o crear imperios. Ni más ni menos que emociones
similares a las que tiene la humanidad actual, o sea, iguales a las que tenemos
cada uno de nosotros. Tan similares como que, nuestras emociones, sólo son una
consecuencia de la evolución llevada a cabo por la humanidad a lo largo de
varios millones de años, mientras vivían en clanes nómadas que cazaban y
recolectaban frutos en los bosques.
Ahora bien, si este período de la historia de la humanidad es
tan apasionante como desconocido, en los últimos años no deja de fascinarme el
interés por llegar a conocer cuáles fueron los motivos o razones que llevaron a
la humanidad a realizar un cambio radical de vida o, lo que es lo mismo, a
cambiar la vida nómada de cazadores-recolectores por la vida sedentaria y de
producción.
Digo que me resulta fascinante estudiar las razones de este
cambio porque lo considero uno de los hechos más importantes en la historia de
la humanidad. Y esa importancia no se basa en el simple hecho de cambiar la
forma de obtener los recursos alimenticios, sino en un cambio de mentalidad que
modifica la conducta humana y, sin duda, puede resultar determinante tanto para
el futuro de la humanidad como de la vida en este planeta llamado Tierra.
Casi todos los arqueólogos y antropólogos que han estudiado a
las sociedades “primitivas” de cazadores-recolectores, coinciden en que la
existencia de éstas se basa en la ocupación de un medio natural con abundancia
de comida que no haga necesario tener que trabajar para producir.
En una ocasión conocí a un boliviano que, emocionado, me
estuvo contando la abundancia de frutos, caza y pesca que había en la zona en
la que él había nacido, llegando a decirme en un momento determinado que, para
él, aquello era “como un paraíso”. Lo primero que pensé, es que su emigración
debió estar motivada por alguna catástrofe natural o una acción
político-militar que hubiera desestabilizado la zona, pero al preguntarle cuál
había sido la verdadera razón me contestó, sin pensárselo dos segundos, que fue
por “evolucionar y por una necesidad de ver cosas nuevas que hay en las
ciudades”, además de que “si ganaba dinero podía comprar cosas y dar estudios a
sus hijos para que progresaran más de lo que lo había hecho él”. Esta respuesta
me hizo reflexionar sobre la posibilidad de que la razón de que se
pasara del
Paleolítico, con formas de vida basadas en la caza y la pesca, al Neolítico,
con una vida que gira alrededor de la economía de producción de bienes de
consumo, no habría sido exclusivamente por la desaparición de los medios naturales
con abundancia de comida, sino que, en gran medida, pudo haber estado motivada
por el cambio de mentalidad basado en un avance tecnológico que les permitiría
aumentar la posesión de productos. Y es posible que aquí esté una de las claves
del futuro de la humanidad, pues la inteligencia del ser humano le lleva a
hacer descubrimientos y avances científicos cada vez más rápido, en tanto que,
las emociones que deben controlar los resultados de los avances tecnológicos,
siguen siendo iguales a las que teníamos hace miles de años cuando vivíamos en
la selva.
Y en esa fase de sociedad productora, es en la que se
encuentra inmersa la llamada sociedad “occidental” o del “primer mundo”, es
decir, nuestra sociedad.
Esta sociedad “occidental”, cuyos usos y costumbres están
orientados, cada vez más, hacia una productividad y un consumo desenfrenado, se
enfrenta cada día a la lucha interna que mantienen la mayoría de las personas
que la integran. Unas personas con un cuerpo y un cerebro diseñado a lo largo
de cientos de miles de años para una vida en contacto con la naturaleza y en
movimiento pausado, sin horarios fijos ni prisas que impliquen estrés. Personas
que se ven atrapadas en un mundo que constantemente les repite que su
supervivencia depende de su máxima capacidad de producir y acaparar bienes de
consumo, incluso a costa de la pérdida de las relaciones personales y del
afecto de sus familias y amigos.
Cuando inicié los estudios universitarios, mi mayor interés era
llegar a saber lo más posible sobre nuestro pasado y con ello satisfacer mi
curiosidad. Pero en esa época no podía sospechar que, pasados los años, mi
formación y experiencias me llevarían a poder contribuir con mis conocimientos
a la mejora de la sociedad. He reflexionado tantas veces sobre las causas que
llevaron a muchos pueblos a engrandecerse y otros a desaparecer que, si algo me
ha quedado claro es lo importante que es tomar buena nota del pasado para que
no se repitan los errores en el futuro.
Entre las muchas enseñanzas que aporta el conocimiento del
pasado se encuentra que la mayor parte de los acontecimientos que le han
sucedido y le suceden a cualquier sociedad, dependen de la voluntad de las
personas que la integran, máxime si se trata de una democracia.
Es fundamental que cada individuo tenga conciencia de la
importancia que tiene como miembro de la sociedad y de su capacidad para
aportar soluciones a problemas comunes. Sé que el carácter de una sociedad, así
como la forma de entender cada miembro su relación con la comunidad a la que
pertenece, depende de muchos factores, algunos de ellos heredados de generación
en generación, si bien, otros muchos de esos factores son generados en el día a
día, y es ahí donde se encuentra la responsabilidad personal de contribuir a la
mejora o resolución de los problemas comunes. Quiero insistir en este aspecto,
porque, una de las cosas que ha demostrado la historia es que las sociedades
cohesionadas tienen más posibilidades de salir adelante que las que
mantienen una falta de afecto y de cohesión entre las personas que la integran.
Sabemos que nuestros antepasados de la prehistoria fueron
capaces de sobrevivir, en un entorno muchas veces peligroso, gracias a que
mantuvieron su cohesión de grupo con importantes lazos de afecto. Quienes
quedaban aislados sucumbían. Desde que, a partir del Neolítico, hace más de
diez mil años, comenzó la existencia de sociedades productoras mediante el
asentamiento de varios clanes familiares en un mismo lugar, fue imprescindible
la organización social. Esto propició que surgieran autenticas ciudades, como
la bíblica Jericó. Desde entonces hasta la actualidad, las ciudades no han
dejado de crecer hasta llegar a crearse algunos monstruos como Tokio y Nueva
York, con más de treinta millones de habitantes. Y la tendencia es que las
grandes ciudades seguirán creciendo, como clara muestra de que el ser humano es
gregario, aunque ello signifique apartarse de la naturaleza en la que ha vivido
y para la que se ha adaptado a lo largo de millones de años. Pero,
afortunadamente, ya hay arquitectos y urbanistas que, conocedores de la
naturaleza humana y de la evidente tendencia a vivir en ciudades, están
diseñando un mayor número de espacios verdes, tanto en parques como en las
terrazas o fachadas de los edificios, así como, calles y plazas sólo peatonales
que contribuyen a hacer más amables y habitables los espacios urbanos.
El pregonero ilustró con sus propias fotografías la conferencia sobre el casco urbano de Sonseca en las VII Jornadas de Estudios Sonsecanos organizadas por la cofradía de San Juan Evangelista. |
En la conferencia que di el pasado 29 de abril, con motivo de
la semana cultural de las fiestas de San Juan Evangelista, hablé del origen y
evolución del casco urbano de Sonseca, en donde quedó patente el deterioro que
viene sufriendo el patrimonio inmueble en los últimos decenios, a la vez que
proliferan los barrios de casas unifamiliares que se ubican, incluso, a varios
kilómetros del centro de la población.
Tras sacar conclusiones sobre lo que suponía de insostenibilidad económica y social haber mal copiado este modelo de hábitat extranjero, hubo quienes me comentaron que el urbanismo de este pueblo se podía considerar como un caso perdido.
Tras sacar conclusiones sobre lo que suponía de insostenibilidad económica y social haber mal copiado este modelo de hábitat extranjero, hubo quienes me comentaron que el urbanismo de este pueblo se podía considerar como un caso perdido.
Pero a esto yo respondí y respondo que ni mucho menos se
puede considerar como caso perdido, porque todavía imagino un Sonseca con
muchas posibilidades de cara al futuro. Creo firmemente en la posibilidad de
que este pueblo consiga un hábitat que aporte a sus habitantes un alto nivel de
calidad de vida. Donde la recuperación del espacio del antiguo casco urbano y
de su entorno rural nos haga sentirnos más cercanos a las raíces de aquellos
antepasados que pusieron los cimientos culturales y económicos de lo que somos
ahora.
Creo en la recuperación económica con la proliferación de industrias no contaminantes que generen productos de calidad (aunque me consta que ya las hay, y además muy buenas) sin que interfieran en la vida urbana. También creo en una ordenación del núcleo urbano en el que la peatonalidad contribuya a fomentar las relaciones sociales de los ciudadanos y a la recuperación del comercio local. En definitiva, insisto en que creo en un mejor espacio habitable en el que esté presente el respeto a nuestro pasado. Pero todo esto lo veo posible, porque creo en la conciencia social y emprendedora de los habitantes de este pueblo llamado Sonseca, que es mi pueblo.
Creo en la recuperación económica con la proliferación de industrias no contaminantes que generen productos de calidad (aunque me consta que ya las hay, y además muy buenas) sin que interfieran en la vida urbana. También creo en una ordenación del núcleo urbano en el que la peatonalidad contribuya a fomentar las relaciones sociales de los ciudadanos y a la recuperación del comercio local. En definitiva, insisto en que creo en un mejor espacio habitable en el que esté presente el respeto a nuestro pasado. Pero todo esto lo veo posible, porque creo en la conciencia social y emprendedora de los habitantes de este pueblo llamado Sonseca, que es mi pueblo.
Cuando me llamó el
alcalde para proponerme ser el pregonero, después de decirle lo honrado que me
sentía por la propuesta, le pregunté que cuáles eran las razones que habían
llevado a la corporación municipal a pensar en mí, porque desde mi punto de
vista hay muchos sonsecanos merecedores de este honor. Y me respondió que,
entre otras razones, era por el buen nombre que daba a Sonseca (pues es cierto
que, por donde voy, dejo muy claro de donde soy) y, sobre todo, porque siempre
que me ha llamado alguna corporación municipal o alguna asociación cultural, he
estado dispuesto a venir y colaborar con el único interés de aportar algo que
fuera positivo para el pueblo.
El pregonero asesoró en su día para que el antiguo Hospital de Jornaleros se reconvirtiera en la nueva Escuela de Música.
Y desde aquí, públicamente, reitero mi voluntad de continuar
la colaboración en todos aquellos proyectos que estén encaminados a mejorar
Sonseca y la calidad de vida de sus habitantes, a la vez que expreso mi deseo
de que todos los sonsecanos también podáis aportar vuestra colaboración, puesto
que el futuro de una sociedad depende de la voluntad de todos y cada uno de sus
miembros.
Muchas gracias.
¡¡FELICES FIESTAS!!
¡¡VIVA SONSECA!!