Gracias a su autor, don Miguel Ángel Dionisio Vivas, les adelanto un resumen publicado en la revista de Estudios monteños Nº 183 auspiciada por la Asociación Cultural Montes de Toledo.
DE LOS MONTES A LOS ANDES: MARTÍN MARTÍN MARTÍN, UN SONSECANO EN
TUCUMÁN
Mirando hacia Sonseca desde la sierra de Los Yébenes |
Hace cien años, a la sombra de esa prolongación oriental de los
Montes de Toledo que es la sierra de Yébenes, nacía un niño que, ya desde su
bautismo, por su peculiar nombre, parecía destinado a tener un pequeño hueco en
la historia. Cuando ha pasado un siglo, aquel pequeño, Martín Martín
Martín-Tereso, es una figura muy conocida al otro lado del Atlántico, en tierras
argentinas, y ha adquirido nueva relevancia tanto para su pueblo, Sonseca, como
para nuestra provincia de Toledo, al haberse iniciado su proceso de
beatificación. Nos encontramos ante un sonsecano universal, cuya vida vale la
pena conocer. En el presente artículo ofrezco un primer esbozo de su biografía,
recogiendo los datos esenciales de la misma, a la espera de poder realizar una
obra de mayor amplitud. Para esta pequeña aproximación biográfica me basaré en
la abundante documentación inédita que se conserva en Roma, en el Archivo de la
Hermandad de Sacerdotes Operarios, a la que perteneció y que constituye el
referente esencial para la reconstrucción del recorrido vital de nuestro
protagonista, ya que recoge copias de documentos procedentes de otros archivos,
como es el caso de las partidas sacramentales del archivo parroquial de
Sonseca, así como numerosos textos escritos de la mano de Martín y su amplia
correspondencia.
Martín nació un 11 de noviembre de 1923, festividad de san Martín
de Tours, en el seno de una familia numerosa, de modo que, a pesar de lo
llamativo que era, se le impuso el nombre del santo del día. De pequeño fue un
poco débil y enfermizo, pero se recuperó totalmente y su madre le ofreció a la
Virgen de los Remedios, patrona del pueblo. Por su carácter posterior, podemos
imaginarnos a un niño inquieto, un poco pieza, siempre divertido y sonriente,
pero en el que la honda vida religiosa familiar hizo calar la vocación al
sacerdocio. Esto le condujo a ingresar en el Seminario Menor de Toledo el curso
1934-35. Eran años difíciles, en medio de un fuerte ambiente anticlerical, que
creció de manera especial a lo largo de la primavera de 1936, tras la victoria
del Frente Popular. El estallido de la guerra civil encontró al joven
seminarista en Sonseca, que quedó dentro del territorio republicano. Martín fue
testigo de la violencia clerófoba, que asesinó a todos los sacerdotes de su
pueblo y destruyo el rico patrimonio que albergaba la iglesia parroquial de San
Juan Evangelista, a excepción de la arquitectura del espléndido retablo de
Pedro Martínez de Castañeda, así como la del resto de edificios religiosos de
la localidad. Fueron años de zozobra interior, sometido a fuertes presiones
externas e internas, como reflejó en un sincero texto autobiográfico.
Pasada la guerra, Martín reingresó en el Seminario. Su brillante
expediente pasaba desapercibido por la sencillez de la que hacía gala, por su
ironía y simpatía. Quizá sea esta la gran característica que le acompañó a lo
largo de su vida: la alegría, la sonrisa permanente en el rostro. En la vida
del Seminario participaba en veladas literarias, de teatro, y, ya en el
Seminario Mayor, recibió la tarea de ayudar en la educación de los pequeños
seminaristas.
Seminario Mayor de Toledo |
Esto le hizo madurar la idea de formar parte de la Hermandad de
Sacerdotes Operarios Diocesanos, que, fundados a finales del siglo XIX por el
gran renovador de la formación sacerdotal en España, el beato Manuel Domingo y
Sol, se habían hecho cargo, en tiempos del cardenal Sancha, de la dirección del
Seminario toledano. De este modo, el último año de sus estudios los pasó en
Salamanca, donde completó sus estudios.
Martín recibió la tonsura el 15 de
mayo de 1946, las órdenes menores de ostiario y lector el 20 de diciembre del
mismo año, las de exorcista y acólito el 1 de marzo de 1947; el subdiaconado se
lo confirió el cardenal Pla y Deniel el 22 de mayo de 1948 y el diaconado lo
alcanzó el 23 de enero de 1949, éste de manos del obispo de Salamanca,
Francisco Barbado Viejo. La alegría por su ordenación diaconal la manifestó en
una simpática coplilla:
¡Albricias, hermanos, albricias!
¡Que el Señor me quiere bien!
No obstante mis muchas
picias
Diácono me hizo también.
Sanlúcar de Barrameda |
Finalmente fue ordenado presbítero, en la capilla del Seminario Menor de Toledo, el 11 de junio de 1949, por el obispo auxiliar de Toledo, Eduardo Martínez González. Celebró su primera misa en Sonseca el 13 del mismo mes. Poco después recibió su primer destino, el Seminario Menor de Sanlúcar de Barrameda, en aquel entonces diócesis de Sevilla, como prefecto. La etapa en Sanlúcar fue breve. Al año siguiente fue destinado al Seminario de Segovia, un nombramiento que recibió con la misma alegría que el primero. En Segovia Martín permaneció tres años. Un acontecimiento familiar de gran gozo tuvo lugar en esta etapa, la ordenación de presbítero de su hermano Víctor, celebrada durante el XXXV Congreso Eucarístico que tuvo lugar en Barcelona, el 31 de mayo de 1952, y en cuya primera misa, en la parroquia de Sonseca el 15 de junio, predicó. Don Víctor sería con el tiempo un párroco monteño, encargado de Ventas con Peña Aguilera.
Misionero en América
Barco en el que hizo unos de sus viajes de vacaciones a Sonseca en postal mandada. |
La vida de nuestro protagonista dio un giro inesperado con su envío
a Sudamérica en 1953. La Hermandad había comenzado a atender seminarios
americanos en 1899, aún en vida de mosén Sol, iniciando su labor en México. A
Argentina llegaron en 1932, encargándose en 1933 del Seminario de Tucumán,
donde Martín desempeñaría muchos años de servicio. De momento, tras un largo
periplo en barco, que incluía parada en la colonia francesa de Dakar, en la
costa africana, llegó a Buenos Aires el 13 de octubre. Allí recibió como
destino el Seminario de Florida, en Uruguay, a donde fue en calidad de director
espiritual. Aquí permanecería hasta 1958. En esta misión irá acumulando
diferentes y variados cargos: director espiritual, profesor, director de la
catequesis, profesor en la Academia Teresiana de Maestras y Profesionales
Católicas. En su segundo curso impartió clases de Latín, Castellano, Religión y
Griego de segundo y tercero. Los dos últimos años ejercerá sólo como director
espiritual y profesor. En su primer curso había 36 seminaristas, aunque fueron
creciendo en número. Ese primer año fue muy duro para Martín, le costó bastante
abarcar las distintas áreas de trabajo y lo pagó al final. En estos años de
Florida, Martín fue mostrando algunos rasgos significativos de su modo de vivir
sacerdotal como por ejemplo, dejando los estipendios que recibió en Buenos
Aires durante las vacaciones, para la construcción de la parroquia de San Pío
X, que estaba levantando la Hermandad, o cuando se quedaba ayudando a los
Operarios que estaban solos. Iba creciendo en él un deseo de mayor intensidad
de vida espiritual.
San Miguel de Tucumán |
A finales de 1958 llegaba Martín a Tucumán, un destino que marcaría
su vida. Un año antes la diócesis de San Miguel de Tucumán había sido elevada a
sede arzobispal, siendo su primer arzobispo monseñor Juan Carlos Aramburu. Aquí
sería conocido como “el padre Martín”. Iba integrar la comunidad del Seminario
Menor como administrador y profesor de lengua latina de 2º año y lengua griega
de 3º, 4º y 5º año. Allí tenía lugar la formación de los futuros seminaristas
mayores, en un espacio que se encontraba al pie del cerro, a unos 13 km de la
ciudad, rodeado por la naturaleza y propicio para el silencio y la oración. La
primera impresión que le dio el Seminario fue desastrosa. Aunque se trataba de
un Seminario grande, todo estaba “Sucio, mugriento, polvoriento, viejo, roto”.
La Hermandad se empeñaría en la ampliación y mejora del mismo, concluyendo la
edificación del ala única existente, añadiendo dos más, además de un aula
amplia y un comedor para 150 alumnos. Pasó el primer curso con gran amargura,
causada por el cambio de Florida y también “por el desorden general que reina
en este Seminario a lo que no me he podido adaptar”. Se quejaba de que no podía
preparar bien las clases, que era nuevo en la administración y encontraba las
cuentas un poco enrevesadas. En este campo estaba un tanto perdido. Fue una
labor en la que entró poco a poco, debido a su inexperiencia. Junto a la labor
en el Seminario, Martín se hacía presente en diferentes lugares, siempre
dispuesto a echar una mano.
A fines de 1966 Martín terminó
con el cargo de administrador en el Seminario, pero un nuevo desafío lo
esperaba. Marchó primeramente a Córdoba y de ahí a Petrópolis, Brasil, donde
fue enviado como prefecto y profesor al Seminario de esa ciudad. Sin embargo,
la experiencia no fue del todo buena, pues tuvo varias dificultades con el
obispo, no sintiéndose valorado por él. Uno de sus mayores obstáculos fue el
aprendizaje del portugués. Al terminar el curso 1967-1968 de común acuerdo
entre el obispo y la Hermandad, los Operarios se retiraron del Seminario y Martín tendrá que esperar nuevo destino.
Éste sería, de nuevo, Tucumán. A
comienzos del curso de 1969, fue designado como vicerrector y profesor
del Seminario Menor. Tres años más tarde, fue nombrado vicerrector en el
Seminario Mayor Nuestra Señor de las Mercedes de Tucumán, cargo que ocupó hasta
1976, fecha de su traslado a Buenos Aires. En la capital argentina colaboró
pastoralmente con algunos colegios como el de Nuestra Señora de la Misericordia
y el Colegio de la Divina Pastora. En ellos se dedicaba a preparar a los
alumnos para los sacramentos y destacaba por el interés que dedicaba a la
confesión. Asistió también a los chicos de un Centro de Jóvenes de Acción
Católica, y fue asesor del Movimiento Familiar Cristiano y de Cursillos de
Cristiandad. Al principio le costó el traslado a la capital. En Tucumán conocía
a todo el mundo, estaba siempre muy ocupado, pero Buenos Aires era una ciudad
que desbordaba por su tamaño. Además, coincidió con una situación política
compleja, la dictadura militar que dirigió el país entre 1976 y 1983.
Este mismo año, Martín regresaba, ya de modo definitivo, a Tucumán,
en la que sería la última etapa de su existencia. Se reintegró al Seminario
hasta que en 1992, tras dejar los Operarios la dirección del Seminario, fue
nombrado vicario de la parroquia de Nuestra Señora de Montserrat, en la misma
ciudad de Tucumán, dedicándose a la atención espiritual de numerosos grupos y
movimientos. En esta última etapa de su vida, Martín pudo desplegar una gran
actividad pastoral, fecunda e inolvidable no sólo en el ámbito parroquial, sino
en toda la ciudad de Tucumán. La parroquia y el Colegio habían sido construidos
en uno de los barrios marginales del norte de la ciudad de Tucumán. En ambos
desplegó todo su celo apostólico. Acudía también a la cárcel de mujeres, al
convento de las hermanas Carmelitas, a la comunidad de las Hermanas del Huerto
y era capellán del Instituto de Orientación Juvenil Buen Pastor, colaborando
asimismo con otros colegios parroquiales. Su entrega a los enfermos, ancianos y
necesitados extendió su fama por la ciudad, cuyo Ayuntamiento decidió otorgarle
el reconocimiento de “mayor notable”, el 6 de noviembre de 2006. Nadie
desconocía al “padre de la bicicleta”, pues era éste el modo en el que se trasladaba,
siendo inconfundible su imagen sobre ella, vestido con su vieja sotana.
Muerte y fama de santidad
Durante los últimos años de su vida, fue creciendo, dentro de la
comunidad católica de Tucumán, la fama de santidad de Martín. Esa fama se
desbordó con su muerte.
El sábado 25 de junio de 2011, como era su costumbre, Martín se dirigió al Hogar de ancianas san Roque para presidir la misa de las 8 am. Terminada la misa, las hermanas le habían preparado el desayuno, que aceptó, aunque indicándoles que no se encontraba bien. Marchó a la casa parroquial, y se retiró a descansar. A las 11 le avisaron que una señora quería verle. Martín se dispuso a atenderla, pero se encontró con un sacerdote que le pidió que hiciera la reserva del Santísimo expuesto por ser víspera del Corpus. Cuando Martín subía al altar, sintió un mareo y cayó desmayado. La mujer que lo esperaba con otras que de casualidad estaban allí corrieron a socorrerlo, le levantaron suavemente la cabeza y lo envolvieron en un abrigo. Por un instante recobró la conciencia, insistía en que tenía que hacer la reserva, pero los presentes lo convencieron de que se tranquilizara, a lo que él respondió dando bendiciones por la atención que tenían con él, inmediatamente perdió nuevamente la conciencia y no volvió a recuperarla más. Le llevaron a un hospital y allí los médicos señalaron que había sufrido un preinfarto y necesitaba terapia. Su estado empeoró y recibió la unción de enfermos por parte de su hermano Víctor, que tras su jubilación había marchado a Tucumán a colaborar con él. Poco después, tras gritar “¡Padre!”, Martín expiró.
Al mismo tiempo que se extendía la noticia de la muerte del padre
Martín, iban brotando los testimonios que hablaban de su santidad. El propio arzobispo de Tucumán, Luis Héctor
Villalba –creado cardenal, estando ya retirado, por el papa Francisco en el
2015- rezó el responso y dijo en voz alta y sin miedo al error: “el padre
Martín es un santo”, a lo que la gente que allí se hallaba respondió con un
fervoroso aplauso y lágrimas. La prensa se hizo eco de la muerte de Martín, un
hecho que conmocionó a toda la sociedad tucumana.
La fama de Martín, con el paso del tiempo, no ha hecho más que
crecer, y los homenajes han continuado, con la dedicación en Tucumán de una
plazoleta, y la erección en la misma de una estatua en su memoria, el 1 julio
de 2021.
Una fama que ha llevado, en un tiempo relativamente breve, a incoar
su proceso de beatificación. Este se inició el 5 de octubre de 2022, en
Tucumán, abriéndose poco después la fase diocesana en Toledo, clausurada el 26
de abril de 2023 por el arzobispo Francisco Cerro.
Nos encontramos, pues, con una figura contemporánea, marcada por la sencillez, la alegría, el servicio a los demás. Un hijo de estas tierras toledanas que, marchando, como el personaje protagonista del relato de Edmundo de Amicis, no desde los Apeninos, sino desde los Montes de Toledo, hasta los Andes, ha hecho presente, allende los mares, como tantos hombres y mujeres de estos lugares –pensemos en un fray Sebastián de Totanés- su patria chica, recordando que, en muchas ocasiones, son personas así quienes hacen avanzar, de un modo callado y humilde, a la humanidad.
FUENTES
ARCHIVÍSTICAS
-
Archivo Central de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos
de Roma.
BIBLIOGRAFÍA
-
Amenta, Sara Graciela (Coord.), Aportes
para la historia de la diócesis de la Santísima Concepción. Tucumán,
Tucumán, UNSTA, 2014.
-
Santos Lepera, Lucía- Folquer, Cynthia, Las comunidades religiosas: entre la política y la sociedad, Buenos
Aires, Imago Mundi, 2017.
-
Rubio Parrado, Lope et alia, Sacerdotes
Operarios Diocesanos. Aproximación a su historia, Salamanca, Sígueme, 1996.
Miguel Ángel Dionisio Vivas
Académico de Número de la RABACHT
Algunas fotos en su pueblo, Sonseca.