martes, 7 de octubre de 2014

EL BANCO DE LOS CUATRO MAYORALES

   EN LA DÉCADA DE LOS AÑOS 50, MANUEL SÁNCHEZ DE ROJAS MANDABA DESDE ASTURIAS A SONSECA  TEXTOS VARIOS, ALGUNOS CON VOCACIÓN LITERARIA, PARA QUE FUERAN PUBLICADOS EN DISTINTOS MEDIOS ESCRITOS DE SU PUEBLO Y ASÍ SER CONOCIDOS.

En este retazo literario, advierte que los personajes surgidos son de su imaginación, y por tanto irreales, excepto el teniente Merendón.

   Era cotidiana la charla de aquellos cuatro viejos mayorales sentados en uno de los bancos del Paseo. Vestían pantalones de trampa, negras zamarras recosidas con tórdigas de gato; en sus chalecos lucían cúpridos botones de Fernando VII; calzaban albarcas de suela, o bien de cruda piel de jabalí; iban empaquetados por anchas fajas de "once vueltas", circundadas, a la vez, por afiligranados cintos de arte pastoril, sin que jamás se olvidaran de sus cónicos sombreros ochocientistas.
   Relataban con amenidad las hazañas caballerescas del teniente Merendón, la tormenta de Consuegra, el año del cólera y aquel que no se emparvó. Este último les anudaba las gargantas.
   -  ¡Los rebaños, aquel año, eran esqueletos vivientes! - decían con acento quejumbroso; sacando en consecuencia muchos rapaces que el año que no se emparvó fue cien veces más terrible que el del cólera, trabando frecuentes peloteras con otros que lo consideraban un disparate "tirándoselas de listos". ¡Si ellos hubieran oído a los cuatro mayorales!



   Sensibles a una vieja leyenda, lamentaban la suerte adversa de aquel malhadado galán que levantó los Paredones de la Alcantarilla, como precio al corazón de una toledana, cuyo pacto fue deshecho al derrumbarse aquella obra grandiosa ante las embestidas del soberbio Guajarás.
   ¡Muy pocos sobrevivió el enamorado a la gran catástrofe! siendo enterrado en el paraje conocido por La Sepultura.
  -  ¡Las mujeres, las mujeres, siempre fueron las mismas! -  mascullaban cual si ellos conservaran también alguna cicatriz. Y blandían los pesados eslabones, golpeando con coraje los roídos pedernales, para encender unos cigarros, de figura extravagante, al compás de prolongados resoplidos.
   Conservaban, como oro en paño, unos extraños cuadernos, con cifras o "garrapatos" que solo ellos entendían, en los que tenían anotados los accidentes de las Cabañuelas, lo que les servía para predecir los trastornos atmosféricos de todo el año. 
 - ¡La Lunita, la Lunita! - solían exclamar.
 -  Hoy se nos presenta con los cuernos "volcaos" al Guadiana. Consultaban el libro de Las Cabañuelas y efectivamente: lluvias en el segundo tercio del tercer cuarto del mes.
   Aquellos patriarcas se rasgaban las vestiduras ante los albores del siglo XX, lanzando furibundas sentencias contra el imperio de la Moda y sus encadenados.
   -  ¿Qué delito han cometido las albarcas y las monteras de pellejo, para que aquellas no sean aptas los domingos, y estas giman el pasado en los rincones? -  tronaban golpeando furiosamente el suelo con sus báculos.
    Y aquella cárdena campana, colocada en la espadaña sur de la vieja torre, movía con frecuencia su lengua de hierro, anunciando las horas de la caducidad, expandiendo sus roncos tañidos cual lúgubres lamentos.
   Y el Banco de los Cuatro Mayorales quedaba reducido a tres mortales, cuyas bajas eran cubiertas, estoicamente, por "nuevos" héroes...

   Han transcurrido once lustro. Jubilado y achacoso digo adiós a mis compañeros de trabajo; me despido del Cantábrico, ese mar de esmeralda que besa a la imperial Asturias, cuyas gigantes olas cantan un himno eterno y maravilloso a la Creación.

   ¡Sonseca, Sonseca, al convertirme otra vez en niño vuelvo a tu maternal regazo!


   Al llegar a tu campiña hago alto ante una vieja noria, la que accionaba por un paciente penco chilla, gemibunda, cual si llorase el pasado. Y allá, sobre un otero, un labriego estevado canta una gañanada, cuyo acento llega a mis oídos como una reminiscencia de la antigua gleba castellana.
   - ¡Sonseca, Sonseca! - exclamo ante tus casas solariegas que conservan su vieja arquitectura.
   - ¡Sonseca, Sonseca! - repito ante esos hombres emprendedores y esos obreros laboriosos, que te dan un timbre de gloria, lanzando, como titanes, tus manufacturas sobre la Piel de Toro y allende las fronteras.
   Pero, ¿qué ven mis ojos? Una sonsecana, cien por cien, me saluda, es nieta de un llorado miembro del Banco de los Mayorales. La recuerdo nuestra infancia, sus travesuras, su abuelo... De sus ojos brotan dos lágrimas, como perlas de un tesoro oculto.
   - Una pregunta - me dice intrigada - ¿Qué hacías musitando ante las arcada de esta vieja casona, cual si hablaras con los nocherniegos murciélagos?
   - Es algo que tú no puedes comprender, es un tropel de recuerdos, es un lenguaje aprendido en la ausencia. Pero dime: 
   - ¿A dónde vas tan compuesta como hace cincuenta años?
   - ¡Vaya, tú también eres curioso! Voy a visitar a una gran Señora. Acompáñame, nos espera.
   - Déjame de grandes señoras y primeras damas - la replicó casi amostazado. Ya conozco a todas por las "revis". Y al reparar en el velo que lleva en la mano exclamo:
   - ¡Espera mujer, espera; eres el mismo diablillo de siempre!
   Efectivamente, es la primera Dama, porque es la más bella, la más dulce, la que mejor viste y la más enjoyada. ¡Su amor y sus virtudes son una verdadera constelación de joyas!
   Y atenazado por el reúma rompí la marcha, contando con mi báculo los cantos de la calle.
   - ¿Qué impresión te ha causado Sonseca? - me pregunta.
   - Estoy emocionado, no sé si el de una madre o el de una novia. Además he llegado con oportunidad, ¿sabes? Ocupo una vacante en el banco, en el Banco de los Cuatro Mayorales.



   Y, cual si volaran por los cielos, comenzaron a repicar las campanas de nuestra ermita. Nuestra primera Dama, realzada su belleza por primorosos ramilletes de flores, y por una constelación de luces, recibió con gozo ese canto de amor y de alabanza que con tanta ternura las madres sonsecanas enseñan a sus hijos.

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EL OTRO tiempo DE UN PUEBLO...

DE BUEN NACIDOS ES...


Gracias amigo visitante por compartir este paseo por esta singular visión de mi pueblo, fruto de inquietudes recopiladoras desde...

Gracias, por ocupar parte de su tiempo en descubrir estos retazos, fragmentos, pinceladas de un laborioso pueblo como Sonseca, que ha demostrado a lo largo de su Historia saber superar con inteligencia creadora y ejecutiva las circunstancias más desfavorable.

Gracias, por leer y observar mis "entradas" metidas a golpe de corazón, como intuyendo lo que nos une y nos anima a seguir ampliando nuestros límites personales afianzando lo que somos y de donde venimos.

Disculpas por las erratas que siempre lleva un texto escrito aunque se haya realizado con lo mejor que uno ha aprendido.
























































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































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