sábado, 5 de septiembre de 2020

DON LUIS GARCÍA MONTOREO: POETA, CATEDRÁTICO DE LITERATURA Y DIRECTOR DEL INSTITUTO CERVANTES PREGONÓ LAS FERIAS Y FIESTAS DE SONSECA EN EL 2018

      Con casi dos años de retraso, nuestra Agente Cultural, María José, me da, después de no pocas vicisitudes y trabajos de expertos lingüístas, la oportunidad de  publicar en este blog el pregón de don Luis García Montero del 2018 para que ustedes lo puedan difrutar leyéndo y releyéndo, si así lo consideran. A falta de pregonero y pregón este extraño año de pandemia, recordemos el oído hace dos años, rellenando con altura literaria el hueco que la cruda realidad nos brinda.

 

PREGÓN DE FERIAS Y FIESTAS 2018

LUIS GARCÍA MONTERO

 


         Señor alcalde y Corporación Municipal, vecinos y vecinas de Sonseca, es un honor estar aquí con todos ustedes.

          Las fiestas de un pueblo, de una ciudad, de una comunidad suponen siempre una plaza pública en el calendario; las fechas tocan música y llaman a la vecindad a reunirse; se abren las puertas de los días, de los años, de las casas para levantar el ánimo y celebrar juntos la convivencia. Es el momento de la alegría, de la memoria, de la amistad y de la hospitalidad, saber con gratitud lo que encierra la palabra «nosotros» y recibir al que llega. Nosotros, nosotras, en Sonseca, vamos a las fiestas. «Yo no sé si soy bueno, pero sé decir que no soy malo» —es una declaración de don Quijote de la Mancha—. En ese momento, cuando habla así el personaje más famoso de La Mancha, va a hablar de la hospitalidad con don Álvaro Tarfe, un caballero morisco de Granada. Sí, Granada era su patria, pero don Álvaro había salido a la luz pública en esa falsificación de la obra de Cervantes que conocemos como el Quijote de Avellaneda, por eso Cervantes aprovecha la ocasión para decir que nunca había estado en Zaragoza, para aclarar los entuertos y los malentendidos creados por las plumas mezquinas, y para hablar de la hospitalidad que había recibido en Barcelona:

Para prueba de lo cual quiero que sepa vuesa merced, mi señor don Álvaro Tarfe, que en todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza, antes por haberme dicho que ese don Quijote fantástico se había hallado en las justas de esa ciudad no quise yo entrar en ella, por sacar a las barbas del mundo su mentira, y, así, me pasé de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única; y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, solo por haberla visto (El ingenioso caballero don Quijote de La Mancha, cap. LXXII).

«Archivo de cortesía y albergue de extranjeros»; la convivencia, la memoria, los valores locales que había visto en Barcelona eran compatibles con la hospitalidad. Yo agradezco, sinceramente, al Ayuntamiento de Sonseca que haya tenido la cortesía de invitarme a pregonar vuestras fiestas, porque estas tierras, gracias a la estirpe de Garcilaso y de Cervantes, forman parte del corazón de cualquier enamorado de la literatura. Esta invitación me ha permitido conocer más de cerca la historia de Sonseca, ese tejido cotidiano de sus días, que ahora se ponen de fiesta y abren su plaza pública en el almanaque para reunirnos aquí. Desde que el veintiocho de agosto empezaron a resonar por las calles las picas de la Compañía de Alabarderos, con su alférez Manuel Martín Ballesteros y con su abanderada Ángela Sánchez Sancho, el rumor se ha ido convirtiendo en interés, información y alegría para mí, poeta nacido en Granada, como Álvaro de Tarfe, el amigo de don Quijote.

 


       Yo puedo decir de Sonseca lo mismo que don Quijote de Barcelona: tierra de hospitalidad, porque, desde hace años, ha sabido recibir, según las condiciones propias del mundo en que vivimos, a un importante número de extranjeros. El dos mil once conoció a mil cuatrocientos tres personas venidas de otros lugares. En el último censo, entre los vecinos se contaban, según veo, ochocientas setenta y siete vidas llegadas de Pakistán, China, Marruecos, Rumanía, Ecuador y otras partes del mundo. Espero que mis consideraciones estén, esta noche, a la altura de vuestra generosidad.

         Otra de las grandes lecciones que me ha dado la literatura es que la mirada del extranjero puede enriquecer el conocimiento y la sabiduría del lugar. Hay que hablar, también. Así lo comprendió Montesquieu, en sus Cartas persas, al utilizar la sorpresa de los ojos del recién llegado para someter a reflexión los asuntos de la historia de Francia. Ese mismo método siguió José Cadalso —el gran ilustrado español, luz de nuestro siglo XVIII y de la buena amistad—, que ejerció la crítica de los vicios y las tristezas que nos afectaban en sus memorables Cartas marruecas. Se valió, para ello, de los ojos sorprendidos del extranjero, que captaban cosas ocultas por la costumbre y rutina de las personas. El diálogo enriquece, supera límites, abre horizontes y se convierte en raíz del progreso y en raíz de las fiestas importantes.

           En diciembre de 1900, Pío Baroja y Azorín —dos grandes escritores— decidieron pasar unos días en Toledo. Representantes de una juventud preocupada por la crisis de España, vinieron a buscar en Castilla el sedimento nacional que permitiese conocer los laberintos heridos de la sociedad. De ese viaje —uno de los hitos fundamentales de la generación del 98 que estudiamos los historiadores de la Literatura— surgieron dos libros tan importantes como Camino de Perfección y La voluntad. En la «Posada Nueva» de Toledo, Azorín conoció a un viejo campesino de Sonseca que le pareció un modelo de místico castellano, heredero del espíritu más sano de la tierra. Frente a las jerarquías degradadas, se alegró Azorín de conocer un ejemplo de pureza: «Por primera vez, encuentro en este campesino de Sonseca un místico que es un pobre labrador castellano que habla con la sencillez y la elegancia de Fray Luis de León». A veces, la gente humilde conserva en profundidad la sensibilidad, la sencillez, la elegancia de las palabras de los más altos poetas como Fray Luis de León.

       


         La cultura es patrimonio de la gente. ¿Qué he podido ver yo en la Sonseca de hoy? Pues un lugar que representa bien la Historia de España y de Castilla-La Mancha en las últimas décadas, con sus luces y sus preocupaciones; un pueblo siempre capaz de responder a las dificultades que le va presentando la vida. Nuestra historia es una larga cadena; somos un eslabón de una larga cadena, aunque los tiempos inviten a la prisa, a la aceleración agitada de la actualidad, al vértigo de los instantes que empujan al olvido y a la pérdida de la memoria; somos la consecuencia de un largo fluir de la Historia.

      Ya llevaban siglos reuniéndose los cazadores en la comarca de La Sisla cuando apareció, por primera vez, el nombre de «Sonseca», en 1397, en las ordenanzas de la Hermandad de San Martín de la Montiña. Partiendo de Casalgordo, quien se decida a disfrutar de la ruta visigoda, incluida ahora en el programa de Senderos de Toledo, podrá tomar conciencia de un pasado que dejó huellas del Neolítico, el Imperio Romano, la cultura visigoda con su monasterio de San Pedro de La Mata y la civilización árabe; y es que venimos de allí. El patrimonio cultural y el patrimonio histórico van de la mano. Al respirar en nuestra memoria, hacemos de manera inevitable ecología de la cultura y cultura de la naturaleza. Como ha señalado Salvador Peces Sánchez, dos siglos después, el libro de la parroquia registró mil cuatrocientos veinticuatro bautizos entre 1590 y 1600. En el Catastro de Ensenada, en 1752, se recogieron seiscientos cuarenta vecinos y dos mil quinientos sesenta habitantes. Por el censo de Floridablanca, de 1787, sabemos que la población de Sonseca era, en ese año, de dos mil ochocientos cuarenta y ocho vecinos. Y así, año tras año, siglo tras siglo, hasta llegar a la ciudad de hoy, a la ciudad moderna de hoy, con una población de más de once mil habitantes. El sexto municipio más poblado de la provincia de Toledo. Conviene leer, con respeto, las palabras de Salvador Peces, porque veo que los Peces de Sonseca han hecho historia viva a través del mar, como don Francisco Peces, un navegante en las aventuras de Pizarro que consiguió treinta y un kilos de plata y tres mil ochocientos ochenta pesos de oro en el tesoro del inca Atahualpa.

    


         Pero lo que se celebra en unas fiestas no son los datos, sino los días, la vida cotidiana, la enredadera humana que traza en la memoria una convivencia a través de los siglos, las familias y las existencias particulares. Irene Martín Ruíz, por ejemplo, una vecina que elijo por ser mujer joven, cierra los ojos y busca entre sus recuerdos: los juegos en la calle, aquella tarde calurosa con los amigos en San Gregorio, un partido de fútbol en el Martín Juanes, un madrugón para hacer las coloridas alfombras del Corpus Christi, una excursión a la Torre Tolanca, la escuela, el viernes, la calle donde nos sentábamos al fresco cuando se jugaba a la cucaña, las alabardas, los chiringuitos, las verbenas de la feria y tantos otros momentos vividos que transitan en nuestra memoria formando un imaginario colectivo. Otra mujer, Silvia Pérez Garrido, recoge la antorcha de los mil cuatrocientos noventa y dos bautizos de la última década del siglo XVI y aviva sus recuerdos, sus recuerdos de matrona del siglo XXI, comprometida con el nacimiento de la vida y la salud de la mujer; un compromiso que la ha llevado de Bilbao a Fuerteventura, y de los campamentos del pueblo saharaui a las llamadas urgentes en la noche de Sonseca. Hombre a hombre, mujer a mujer, los recuerdos se enlazan y forman una memoria colectiva, la música de la convivencia y la celebración que componen la fiesta.

          Voy a hablar de cuidados, porque Juan el Evangelista, patrón de Sonseca, guardó en la escritura la memoria de su fe, y a él le encargó Jesús que cuidara de su madre, la Virgen, la Virgen de los Remedios, la patrona que convoca a la fiesta; la Virgen peregrina de los Trinitarios, que se extendió hace siglos por Europa y América, rompiendo fronteras, rompiendo localismos y buscando casa en Fregenal de la Sierra o en Estepona o en Chiclana o en Tenerife o en La Roda o en Ocaña o en Sonseca, entre otras muchas localidades del mundo más abierto.

          La memoria es local y es universal. Permite un baile en el que cabe mucha gente, palabras de todo tipo, personas de todo tipo, poemas de todo tipo: por ejemplo, poemas ganadores del «XXVI Certamen de poesía» dedicado a la Virgen de los Remedios: «En tus manos Madre amada, / tengo puesto el corazón. / Tú, con tus benditas manos, / me lo has llenado de amor»; o poemas como el de Marcos Ana, que los concejales de Izquierda Unida han publicado en el programa de fiestas: «Decidme cómo es un árbol, / contadme el canto de un río / cuando se cubre de pájaros».

 

           

                    La plaza pública del calendario en fiestas se llena de historia viva. ¿Qué he aprendido yo al preguntar y escuchar a la gente del lugar? Quizá, debido a la escasa superficie del municipio, la economía de Sonseca no se ha extendido hacia la agricultura, sino que ha buscado la energía de sus labores en la industria. Esa dinámica conformó su realidad social desde finales de los años 50. Los viejos me recuerdan la puesta en marcha de grandes fábricas en el sector de la madera, el textil y los dulces. Mientras en otros pueblos de España se producían grandes emigraciones a Madrid o a Barcelona en busca de subsistencia, los sonsecanos, las sonsecanas pudieron quedarse a vivir en su pueblo; y destaco lo de sonsecanas porque las mujeres, en esa realidad social, no tardaron en incorporarse a las fábricas, viviendo aquí una emancipación paulatina que tardaría mucho más en llegar a otras zonas de la región y de España. Sí, la economía se mezcla con los sentimientos, construye vida y las energías de Sonseca pronto le dieron una conciencia social movilizada y en lucha por la libertad en la España de los años 60 y 70. También le dieron una notable apetencia cultural que, hoy, permanece activa. Muchos vecinos me recuerdan el teleclub piloto, fundado por don Víctor —sacerdote sonsecano—, y me hablan del televisor de 72 pulgadas que pasó, después, en 1967, a provocar la creación del Centro Cultural Revuelo, creando una inercia que pronto desembocó en las semanas culturales y en los conciertos: por ejemplo, de Jarcha, Pablo Guerrero, Elisa Serna, Luis Pastor, Rosa y Julia León. Memoria viva del sueño español, de la cultura en libertad en los años 70.

            A veces, llegan desgracias: una chimenea queda mal apagada y un centro cultural acaba hecho cenizas; pero la vida sigue y vuelta a empezar, y vuelta a mirar hacia el futuro, como la economía del pueblo, que se adaptó a los cambios de los años 80, cuando las industrias familiares empezaron a sustituir a las grandes fábricas o como la gran fábrica de dulces y mazapanes, que se levanta hoy contra la crisis que golpeó al mundo entero en la última década. En Sonseca, se pasó casi del pleno empleo al 22% de paro en la población activa; después, se pasó al 18%. Las cosas van mejorando poco a poco. Las cosas van a mejorar porque la Historia de Sonseca demuestra que este pueblo es capaz de reinventarse, siendo leal a su memoria. Hay personas mayores, con mucha experiencia, y jóvenes... Hombres y mujeres jóvenes con mucha voluntad para andar hacia adelante. Y el diálogo generacional entre los mayores y los jóvenes es la condición de la existencia de las comunidades y de su avance hacia el futuro.

 


         Aquí hay buena música; celebremos la fiesta y bailemos. Bailemos al ritmo de la banda que don Eufemio Carrasco fundó a finales del siglo XIX; bailemos con los jóvenes de la orquesta, capaces de ganar concursos; bailemos al ritmo de las banderas en honor de la Virgen de los Remedios, al ritmo del recuerdo de «Los Remedios» —el salón de baile y bodas que abrió hace años el tío Marciano para que muchas parejas se conociesen y se abrazasen—; bailemos al ritmo del grupo de danza «Torre Tolanca» —que se fundó en 1983—, al ritmo de las camareras de la Virgen, al ritmo de las numerosas actividades de la Casa de la Cultura, al ritmo de Nelson Mandela, al ritmo del teatro, del cine, de la poesía, del deporte, de la solidaridad con los pueblos del mundo, con el pueblo saharaui; bailemos al ritmo de los senderos, del senderismo en la historia…

         Porque, poco a poco, se hace Historia y somos responsables de ella. Nuestra mirada crea el paisaje y crea la Historia. Garcilaso de la Vega, en las orillas del Tajo —cerca de aquí—, hizo que la naturaleza hablase por él, expresando en sus árboles y sus aguas los sentimientos más íntimos; esos sentimientos expresados en la naturaleza significan que el uno es heterogéneo y vive en lo otro, en el otro, con los otros, que somos convivencia para ser individuos. Me gustan estos tercetos de Garcilaso, que comento con mis alumnos por su matizado mestizaje; son versos de amor:

Yo no nací sino para quereros;

mi alma os ha cortado a su medida;

por hábito del alma misma os quiero;

cuanto tengo confieso yo deberos;

por vos nací, por vos tengo la vida,

por vos he de morir, y por vos muero.

Soneto V, Garcilaso de la vega.

 


       «Mi alma os ha cortado a su medida»; verso que va en alianza con otro verso de dirección contraria: «cuanto tengo confieso yo deberos». En estos viajes del y del yo surge el nosotros: nuestro diálogo con los vecinos, con los que siguen aquí, con los que ya no están pero son nuestra Historia y viven en nuestros sentimientos, con la presencia y con la ausencia. Hace muchos años, cuando se puso en marcha el premio «Villa de Sonseca» —en 1980—, recibió el primer premio de poesía el poema Despertar, de Emiliano Gómez Peces: «Te vas y dejas la huella de tu cuerpo entre mis dedos, la horma de mi ser en tu persona. El tú, el yo, el nosotros y la cultura». Si repasan ustedes la lista de premiados en el Certamen literario «Villa de Sonseca», descubrirán que, en 1983, ganó, en la modalidad de narración, un joven aspirante a escritor, llamado Fernando Aramburu, con su relato Meditación frente a un busto de Juan Ramón Jiménez. Fernando Aramburu, el autor de la novela Patria—uno de los libros más celebrados de la literatura española contemporánea—, inició su carrera literaria con el Premio «Villa de Sonseca». Él vino hasta aquí desde San Sebastián, y en el ir y venir formó su personalidad literaria, hoy una de las cimas de nuestra cultura. 

 


       Me gusta el patriotismo municipal y democrático de los ayuntamientos; me gusta el patriotismo de los barrios, de los pueblos y de las ciudades. Otros patriotismos mueven, a veces, fantasmas y engaños, como los que denuncia el periodista de Sonseca David García Marín: patriotismos que acaban en guerras, en mentiras, pero el patriotismo de nuestros pueblos, de nuestras ciudades, el patriotismo de la vecindad que se cuida está lleno de vida cotidiana, de rostros conocidos, de gentes que conviven y se paran en la calle para hablar de sus cosas. La calle se convierte, así, en una extensión de la casa, de los domicilios particulares. El tiempo se convierte, así, en un cartero de vida, se hace historia humana y la palabra «dirección» deja de tener un significado abstracto de ‘rumbo inabarcable’, para concentrarse en unas señas, en un portal: el portal de nuestros abuelos, el portal de nuestros padres, el portal de nuestros hijos; direcciones con nombres de carne y hueso. Las fiestas sacan esas vidas privadas a la calle, escriben una fecha como se abre una plaza y nos recuerdan la parte de alegría que tiene la convivencia.

       La gente que se quiere es gente que se necesita. En la palabra «necesidad» hay un sentido profundo de los vínculos; necesitamos querernos, nos necesitamos al querer. Somos personas que saben cuidar y que reconocen la necesidad de ser cuidados. Esos cuidados marcan la vida familiar, la relación entre los enamorados, las madres, los hijos, los abuelos y las nietas. ¿Cuántas crisis se superan gracias a los cuidados que se presta una familia? Sacar los cuidados de los domicilios a las plazas públicas es crear comunidad; un mundo que sabe compartir las preocupaciones y las necesidades, las ilusiones y la felicidad. Celebrar la alegría es reivindicar el derecho de los seres humanos a la felicidad. Estamos de fiesta. La alegría es una afirmación de que podemos ser dueños de nuestro propio destino, una prueba de que la identidad se comparte, de que estamos llamados a la hospitalidad.

 

         

         Por eso, bailemos. vecinos y vecinas de Sonseca, para que de la fuente mane agua; que baile el señor alcalde; que bailen las camareras y los alféreces, la reina y las damas, los mayores y los jóvenes. Bailemos en el Teatro Cervantes, en el auditorio Nelson Mandela, en la plaza de la Virgen o en la plaza de toros. Bailemos contra la pobreza, la tristeza y la desigualdad. Bailemos en favor de la conciencia de cada uno, contra el miedo, la culpa y la injusticia. Bailemos en nombre del futuro y de la convivencia. Vecinos y vecinas de Sonseca, vosotros y vosotras sois los dueños, las dueñas de la fiesta. Brindo por la buena vida, por la buena vida que todos y todas os merecéis. Os deseo la mayor felicidad.                                    ¡Viva Sonseca!

 

     Mi sencillo pregón  preventivo con trompetilla en los cruces de calles de nuestro querido pueblo para estos y los días que sean necesarios: marcarilla, guardar la distancia establecida, lavado de manos frecuente..., y mucha prudencia.

   Nos jugamos el futuro del pueblo y todos debemos colaborar para que sea el mejor posible dentro de la situación excepcional impuesta por el dichoso virus.

                 ¡Lúcidos días de sana y saludable convivencia! 

 

              ¡Felicidades a Nuestra Virgen de los Remedios el día de su Natividad!

 


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Gracias, por ocupar parte de su tiempo en descubrir estos retazos, fragmentos, pinceladas de un laborioso pueblo como Sonseca, que ha demostrado a lo largo de su Historia saber superar con inteligencia creadora y ejecutiva las circunstancias más desfavorable.

Gracias, por leer y observar mis "entradas" metidas a golpe de corazón, como intuyendo lo que nos une y nos anima a seguir ampliando nuestros límites personales afianzando lo que somos y de donde venimos.

Disculpas por las erratas que siempre lleva un texto escrito aunque se haya realizado con lo mejor que uno ha aprendido.
























































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































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