Buscando en mis archivos textos relacionados con Semana Santa, me encuentro con esta publicación de un sonsecano, juez decano municipal en Jerez de la Frontera, sobre la condena de JESÚS. Se la ofrezco tal como fue publicada en La Voz del Sur.
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Luis de Velasco Retablo parroquial de Sonseca |
Miércoles, 29 de marzo de 1972
LA VOZ DEL SUR
El
mayor error judicial de la historia
LA CONDENA DE JESÚS
Antonio
López Rielves
Juez Municipal Decano
La historia de la PASIÓN y MUERTE de JESÚS, cobra actualidad en estos días de su conmemoración en la Semana Mayor. Su trascendencia es perenne: su lección magistral ha sido y será luz orientadora para todo el orbe y en todos los tiempos. Su valor infinito ha servido para redimir a la humanidad en todas sus generaciones. Todos los años, por su estudio y reflexión, encontramos en estos días de recuerdos piadosos, unas facetas que nos llegan al fondo del corazón al des-cubrir en ellas el inmenso sacrificio que todo un Dios tuvo que hacer para redimir a los mortales. Sacrificios que, tuvieron su plasmación en una serie de humillaciones, vejaciones y malquerencias que la humanidad nunca podrá comprender. Después, el suplicio de la cruz y la muerte.
Jesús fue sometido a un doble proceso religioso y civil. En los mismos faltaron no solo los preceptos del protocolo judicial judío, sino también hasta los naturales principios de enjuiciar. La causa de este doble proceso obedece a que Cristo, en el decurso de su predicación se había presentado como Hijo de Dios y como restaurador del Reino de David, aunque no en la concepción de sus paisanos. Por este doble concepto, Jesús era procesado por cuanto los primates de Jerusalén entendían que era un doble atentado a la autoridad religiosa y a la civil.
En estas mismas fechas, el pasado año,
expresaba en un sencillo trabajo el proceso civil de Jesús y me entretenía en
examinar la justicia de Pilatos realizada en este proceso. Quiero ahora
expresar de manera rápida los errores
judiciales del proceso religioso de Jesús, tomando como base indiscutible el texto
evangélico.
El expresado proceso religioso tuvo tres sesiones, claramente definidas. La primera se celebró ante Anás. La segunda, la noche del Jueves Santo; la última, en la madrugada del Viernes.
Y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, el cual era pontífice aquel año. Y Caifás era el que había dado el consejo a los judíos: “Que convenía que muriese un hombre por el pueblo”. Del mismo texto evangélico se desprende que Anás no tenía autoridad alguna para juzgar a Jesús. Era solamente suegro del pontífice. Quince años antes de los hechos que comentamos, fue depuesto por Valerio Grato. Sin embargo, somete a Cristo a un interrogatorio, faltando en este principio de enjuiciar, uno de los elementos esenciales de un proceso: el juez. Y no ya por su impreparación jurídica, que podía tenerla, sí que también porque no se hallaba revestido de autoridad y carecía por consiguiente de toda clase de competencia funcional, objetiva y territorial para interrogar a una persona. El procedimiento era totalmente nulo y la resolución que pudiera dictar carece- ría de eficacia y valor legal. No obstante, Anás interroga a Jesús y le pregunta sobre sus discípulos y sobre su doctrina. Sobre sus discípulos, porque con ello podía tachar a Jesús de sedicioso por su doctrina, para delatarlo como blasfemo. El interrogatorio es ilegal. Sólo el Sinedrio tiene jurisdicción para esta inquisición judicial. Jesús, no responde al primer extremo de la pregunta, y, de manera sencilla, por lo que refiere a su doctrina, Jesús le respondió: “Yo manifiestamente he hablado al mundo. Yo siempre he enseñado en la Sinagoga y en el Templo, a donde concurren todos los judíos: A nadie he hablado en oculto. ¿Qué me preguntas a mí? Pregunta a aquellos que han oído lo que yo les hablé”. Como si dijera: Yo, reo, no tengo obligación ninguna de delatarme. A esta serenísima contestación de Jesús, un alguacil u oficial de justicia le responde con una bofetada y el Señor recibe la injuria, conserva la paciencia y me imagino que con voz resonante, pero suave a su vez, le responde: “Si he hablado mal, da testimonio del mal, más si bien, ¿por qué me hieres?”. Con ello, Jesús da otra lección de procedimiento. Para aplicar una sanción debía haber sentencia y para ésta, testigos pruebas contra el reo. Aún en el supuesto de haber hablado mal el proceder es injusto.
Anás comprende la forma ilegal de enjuiciarle y para normalizar el proceso no le queda otro recurso que remitirlo al Tribunal competente: éste es el Sinedrio, bajo la autoridad y dirección del sumo pontífice. Y por ello, “Anás lo envió atado al pontífice Caifás.
SEGUNDA SESIÓN DEL PROCESO
Estamos ante la segunda sesión del proceso
religioso de Jesús. En casa de Caifás se habían juntado los escribas y los
ancianos y todos los sacerdotes. El Sinedrio se ocupa en sobornar a gente del
pueblo para que depongan contra Jesús. Cosa inaudita de un tribunal de justicia
y aún más siendo el Supremo de la nación del que no cabía apelación. Es la
prevaricación absoluta de los administradores de la justicia y la mayor
perversión del sentido moral. Pese a su búsqueda, aunque se habían presentado
muchos falsos testigos, no hallaron testigos idóneos para acusar a Jesús. “Más,
por último, llegaron dos testigos falsos y dieron contra Él un falso testimonio”.
Pero ni en la forma ni en el fondo podían convencer al Tribunal para dictar una
sentencia adecuada. “Nosotros le hemos oído decir: “Yo destruiré este templo
hecho a mano y en tres días edificaré otro no hecho a mano”. En el fondo de
esta afirmación, no constituye materia punible. Podía Jesús ser un
presuntuoso, un jactancioso. Pero nada más. En cuanto a la forma discrepan los
testigos que deponían sobre un mismo hecho. Por eso el Tribunal no juzga la
prueba suficiente para un pronunciamiento de muerte.
Ante esta ineficacia testifical, Caifás
pierde la ecuanimidad y levantándose de su asiento increpa a Jesús para que
conteste y se manifieste respecto a la acusación. “Y Jesús callaba, y nada
respondía”. El silencio de Jesús callaba, y nada respondía”. El silencio de
Jesús deja desarmado a aquel Tribunal y ante el embarazoso silencio, Caifás
adopta una actitud solemne y pregunta: “Te conjuro por el Dios vivo que nos
digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”. Jesús responde de forma clara,
sin dudas, robustecida por la fuerza del juramento que se le exige y contesta: “Tú lo has dicho: Yo soy”.
Ante esta solemne confesión judicial, Caifás simulando gran dolor de espanto por la supuesta blasfemia, rasga sus vestiduras y al tiempo de hacerlo, dice: “¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?” Y dirigiéndose a los sinedritas, les pregunta: “¿Qué os parece? Y todos ellos, respondieron, dijeron: Reo es de muerte”.
Las prácticas judías no consentían pronunciar sentencia de muerte por aclaración ni en el mismo día del juicio. Pero el pontífice y los sinedritas, burlan los preceptos legales y los principios del procedimiento, abusan de su autoridad, actúan de acusadores y jueces y condenan a un hombre justo. Mas aún; hasta este momento la asamblea ha respetado la persona de Cristo, ha conservado el decoro externo; pero declarado reo de muerte por blasfemo, es objeto de las mayores befas y humillaciones: le vendan los ojos, le dan bofetadas en el rostro, le escupen y le hieren en la cara.
Un reo es un convicto de un crimen. Jesús, ha dicho la verdad: Es el hijo de Dios vivo. Podrían discutirse los títulos de Jesús a la filiación divina. Pero una simple afirmación, le condena por blasfemo. El error judicial es el mayor que ha registrado la historia. Aunque en verdad, el gran error fue la salvación del mundo, porque como dice el cardenal Gomá, de la muerte del que es Vida, vino la vida para los que habíamos muerto; y de la sentencia de condenación resultó la liberación de toda la Humanidad prevaricadora.
CONDENADO A MUERTE
En esta primera sesión del Sinedrio, Jesús
había sido condenado por blasfemo; pero los preceptos talmúdicos prescribían la
nulidad de toda sentencia capital que fuere pronunciada de noche. Era preciso
que el proceso eclesiástico no pecara por defecto de fondo. Y en efecto, en la
mismas sesión nocturna que se acababa de celebrar, se acordó se ratificara la
sentencia pronunciada para darle todas las garantías legales. Además, el
Tribunal civil de Pilatos era el único que podía ratificar y llevar a efecto la
ejecución de la sentencia. Por eso, dicen los evangelistas que “al punto por la
mañana cuando fue de día, se juntaron todos los príncipes de los sacerdotes y
los escribas y todo el concilio contra Jesús para entregarlo a muerte”.
Pensaron que en el transcurso de estas
horas, se hubiera producido un cambio en la psicología del reo debido a las humillaciones,
molestias e injurias de que había sido objeto y por la perspectiva de la muerte
próxima. Por ello, los sinedritas concretan el punto de acusación y preguntan a
Jesús: “Si tú eres el Cristo, dínoslo”. Jesús responde de forma evasiva,
diciendo: “Si os lo dijere no me creeréis. Y también si os preguntara, no me
responderéis, ni me soltaréis”. “Más desde ahora el Hijo del Hombre estará
sentado a la diestra de la virtud de Dios”. En esta segunda declaración,
comprenden los jueces inicuos que Jesús aparece cogido en sus mismas palabras y
todos a la vez le preguntan: “Luego, ¿tú eres el Hijo de Dios? El dijo: vosotros
lo decís, lo soy”.
El juicio estaba terminado. Las apariencias legales, cumplidas: el reo condenado a muerte. “¿Qué necesitamos más testimonios?: Pues nosotros mismos lo hemos oído de su boca. Y se levantó toda aquella multitud y atando a Jesús lo llevaron atado a Poncio Pilato, presidente”.
Sólo faltaba la sanción de la autoridad civil y por ello aquella misma mañana conducen a Jesús desde casa de Caifás al Pretorio, Pilatos salió fuera y al preguntarles sobre la acusación, respondieron: “Si no fuera malhechor, no te hubiéramos entregado”. Aquí empieza el proceso civil, ya que los tribunales judíos privados del Jus Glad… no podían mandar la ejecución de ninguna sentencia de muerte.
El recorrido somero de este proceso
religioso, nos lleva a la conclusión de que la injerencia de personas prepotentes
pueden dañar a la justicia cuando se prejuzgan hechos que necesitan, como
todos, sopesarlos y aclararlos con toda objetividad antes de pronunciarse sobre
la bondad o maldad de los mismos. Daña mucho a la justicia el falso testimonio,
que al decir de Orígenes, es la expresión por la que se profiere, al menos
con alguna apariencia o color de culpa algo contra el acusado.
Los testigos presentados por el Sinedrio, ignorantes e infelices no suministraron una sola razón que pudiera servir de prueba en juicio. La Santidad de Jesús era evidente. Ni la injuria, ni la compra de testigos, debe servir para torcer lo que es recto.
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Luis de Velasco Retablo parroquial de Sonseca |
La lección que nos suministran los textos evangélicos en este procedimiento religioso, debería servir para acallar en nuestro corazón cualquier intento de malquerencia, odio y protesta. Antes de juzgar conductas se ha de procurar aquilatar las expresiones y sopesar las actuaciones. Juzgar a la ligera, es peligroso. En el caso que comentamos, no tiene parangón. El error judicial fue mayúsculo, sin precedentes. El mayor error de la historia. Que toda la postura de Jesús en el proceso, que a veces se defendía con silencio, sirva a todos los creyentes en estos días solemnes de la conmemoración de su Pasión y Muerte para perfeccionar nuestra forma de actuar y sentir en el fondo del corazón, el eco que resuena con pujanza en aquellas palabras, testamento eterno, de amor entre todos los hombres y de perdón a los enemigos.
Jerez, Semana Santa 1972