Saludo e
introducción personal
Señor Alcalde, Corporación Municipal, Alabarderos,
Patronato de Nuestra Señora de los Remedios, Autoridades en general, sonsecanos
y paisanos. Buenas noches.
Tal como dijo el poeta que nunca persiguió la gloria ni
dejar en la memoria de los hombres su canción, yo tampoco nunca pude
pensar en esta gloria, cual es dirigirme a vosotros para desearos lo mejor en estas
Fiestas. Mas cuando me llamó Juan Carlos, el Alcalde de Sonseca (a quien agradeceré
eternamente su invitación), he de confesaros que me sentí como Lope de
Vega
cuando Violante le encargó un soneto, que en su vida se había visto en tal
aprieto. Lope salió airoso del trance. Yo empecé a pensar en mi pregón,
que, sin pretensiones altaneras, me gustaría estuviese a la altura del cariño que
os tengo y de la devoción a nuestra Virgen, tildado, como no podía ser de otra
forma, de poesía, pues todos los días me precio en cocinar con los avíos de la
métrica y la rima. Pero antes de meterme en harina, y por si alguien aún no me
conoce, deciros que para algunos sigo siendo aquel Luisito, hijo de Vicente y
de Petra, del linaje de caleros y esquiladores; para otros, ya empecé a ser
Luis; mas, para todos soy: Luis Gutiérrez Valentín.
Y siguiendo la estela de Machado al decir que su infancia
son recuerdos de un patio de Sevilla. Mi infancia son también recuerdos de un patio
de Sonseca; calle de Rojas, vecino de Juan Antonio, su esposa Antonia,
sus hijos, y el “tío Simón”, buenas gentes y vecinos. Patio que me evoca al
seno de una familia de siete hermanos, de un buen padre tertuliano de casino y de
hermandad, y de una santa madre ama de casa, laboriosa y cuidadora de su hacienda;
padres
que un hijo sueña tener. Un patio donde el abuelo sentado en una silla,
cabizbajo, golpeaba con su cayado el empedrado de su entorno y con sus manos
temblorosas liaba un cigarrillo de tabaco picado de cuarterón, mientras su
mirada fruncida bajo su gorra de visera, transmitía ternura. Ella, la abuela, a
quien siempre conocí con toquilla negra, vivía en su silencio porque no llegaba
el ruido a sus oídos, y aún con ojos claros, sin luz en su retina. Un patio donde
un niño de pantalón corto, sentado sobre un escalón, merendando, escuchaba en la
radio las coplas de Juanito Valderrama o de Antonio Molina. Un patio del que
salieron dos jóvenes muchachas guapas vestidas de blanco camino del altar. Un
patio soleado y abrigado en el otoño, plateado por la escarcha del invierno,
con brotes de una parra en primavera, o el peso del fogoso sol de agosto. Un
patio de tertulia en noches de verano que enriquecía la convivencia vecinal. Un
patio asomado por su puerta, para ver todos los años a la Virgen de los
Remedios en su calle. Un patio cargado de enjundia y sentimiento, con leyenda y
con historia, donde cada rincón respiraba por sí mismo porque tenía vida propia.
Mi infancia son recuerdos de ese patio de Sonseca y una huerta del camino de Ajofrín, con
cañaveral en acirate, viñedo y olivar, donde el trigo y la cebada maduraban, y el
sol, con brisa de aire limpio, tersaba nuestra piel. Una huerta donde la azada,
la torna y la gavilla daban testimonio de un medio de subsistencia, y al que
incorporaba mi humilde aportación en las vacaciones de verano.
En ese entorno de mi infancia encontré a los primeros
amigos: Salva, mi primo Luis y Santiago “el calderero”, conmigo las “cuatro piedras
angulares” sobre las que se cimentó el edificio de una cuadrilla, a la que después
los demás llegaron; todos buenos. Íbamos a los billares de Pedro (en Pasaje de
Los Remedios), y con su padre, “el tío Román”, impartíamos tertulia y algún que
otro ratillo de juego gratis, ansiados en cuajar alguna carambola. Memorizo que
un día quedó, sobre el paño de una mesa, trabajo para el sastre.
Mi infancia también recuerda cuando ayudaba a decir misa.
Menciono a mi amigo Don Damián, a quien algo debo. Y ya mi temprana juventud en
la academia de Don Víctor, con buenos compañeros de pupitres, donde el teatro o
excursiones a la sierra nos enriquecían social y culturalmente. Don Víctor me
puso en el camino por su bondad y su sabiduría. Él me enseñó a rezar en latín.
Después de este tiempo, recordado con nostalgia, los
caprichos del destino me llevaron a Madrid. Al salir de este pueblo que me vio
nacer, crecer y dar mis primeros tropezones, con tan solo 16 años, os
puedo asegurar que parte de mi corazón se me quedó en Sonseca y parte de
Sonseca me llevé en mi corazón, mientras la garganta se me resecaba y la saliva me costaba tragar.
Porque un día con la maleta / con amargura y un
llanto / dejé a mi espalda Sonseca / buscando fama o fracaso, / dejé de pisar
rastrojos / para pisar el asfalto, / dejé a amigos de la infancia, / dejé a mis
padres y hermanos, / cambié el aire de este pueblo / por aire contaminado / y en medio de la ciudad / me sentía
sonsecano.
Al final los lugares por donde nos movemos nos
condicionan, pero como también dijo el poeta que todo pasa y todo queda, después
de haber pasado cuarenta y tres años fuera de Sonseca,
aún
me queda el poso de mis orígenes, porque aunque cambiemos, nunca
debemos de dejar de ser lo que siempre fuimos, que no es otra cosa sino la de
ser nosotros mismos, y en nuestro caso: sonsecanos.
Y como los sonsecanos somos como somos, yo, en mi trabajo, presumía de las marquesas y mazapanes de mi
pueblo como algo único, que no era, sino ensalzar lo que es nuestro,
porque los sonsecanos, somos los mejores embajadores de nuestra patria chica.
Con este enmarañado crecí y descubrí la grandeza de la
familia, la riqueza del trabajo, el valor de la amistad y el dolor de la
ausencia de un pueblo al que tanto quería. Esa familia y esos amigos que aunque
nunca te pidan nada, siempre se les debe algo.
El pueblo y
sus gentes
Pero de los sonsecanos, lo que siempre me llamó la
atención, fue que fuisteis trabajadores infatigables, y una copla definió el punto
de partida: los hijos de agricultores dicen que no quieren campo y Moraleda les
dice: venid aquí que hay trabajo.
El promotor de esa marcha, allá por los años sesenta,
tuvo su nombre y apellidos, secundado por el sonsecano que, subiéndose al
carro, puso de manifiesto que era un luchador hasta la médula.
De ello daban testimonio los, por entonces, llamados “viruteros”, que acudían a los campos a
segar por horas, después de su jornada laboral en los talleres de madera. Aquellos
sonsecanos solo tuvieron su escuela en el trabajo, en la perseverancia y en creer
en ellos mismos. Por aquellos años (terminaban los sesenta y primeros
de los setenta), los sonsecanos empezaron a pedalear fuerte con sus piernas y
con su corazón; con sus piernas, porque se movían en bicicletas por todo el
pueblo (a la hora de comer parecía Sonseca la vuelta a España), y con el
corazón, porque desde el formón y la hoz, algunos se convirtieron en ejemplares
empresarios.
Siempre se dijo que el mayor riesgo del ser humano es la
ignorancia, de ahí que algunos
ignorantes me preguntasen en Madrid: ¿dónde queda Sonseca? porque no lo veo en
el mapa. Yo les contestaba: Sonseca está en todas partes en las
que un sonsecano respire, porque donde un sonsecano esté, está su pueblo, y sonsecanos
de prestigio hay muchos repartidos por el mundo.
El sonsecano es de los que sellan los contratos y así
valen, / que ponen su honor por garantía / sin que medie el papel ni los avales
/ que aprendieron con el hilo a hacer camino; / con el formón, el carpintero,
artesonados, / y moliendo las almendras con azúcar / dieron nombre a mazapanes
toledanos.
Aprendemos de lo que vemos, al vivirlo lo descubrimos, y en
ese descubrimiento está su grandeza. Yo había visto muchos años la feria, pero al vivirla este año de una forma
diferente, he descubierto sentimientos y emociones grandes que me impulsan a
llevar el nombre de Sonseca por donde mis libros vayan,
porque, nunca sentiré cobardía / al hablar de nuestro pueblo, / pues la casta
bien sentida / encierra el valor eterno / de lo que tocas y pisas / y siempre
las piernas tiemblan / por donde niño caminas.
La última crisis que ha desolado España, en Sonseca no ha
sido ajena, pero el sonsecano tiene agallas para, como el “Ave Fénix”, resurgir
de sus cenizas y reinventarse tantas veces sean necesarias, tomar de nuevo el timón del
barco y acometer grandes proyectos, porque el sonsecano es único,
diferente e insustituible y solo superable por él mismo.
Si en un tiempo vuestra inquietud generó industria, ahora
son las asociaciones y actividades culturales, las que dan testimonio de
vuestro renacer y caminar. Este resurgir social y cultural, es el mejor
indicador adelantado (utilizando un término de la economía), que llevará a
Sonseca al lugar que le corresponda de nuevo, para volver a ser un pueblo referente.
Porque
un pueblo no se mueve / si sus gentes no caminan, / pues
para el buen peregrino / el caminar no es andar / sino llegar al destino, / que
así lo cantó Machado: / al andar se hace camino, / y os confortará lo andado /
del camino recorrido. / Vosotros sois peregrinos / que llegaréis al destino.
Con vuestro tesón y lucha tenéis el pueblo ejemplar que habéis
construido. Y lo habéis hecho distinto, sin perder su esencia ni su historia, porque
los que renuncias a su historia,
empobrecen su cultura. Lo habéis puesto en el mapa para que aquellos
ignorantes, que a mí me preguntaban ¿dónde queda Sonseca? ya lo vean en el mapa
con letra gruesa y negrita. Las cosas no son buenas por ser grandes,
sino grandes por ser buenas. Vosotros habéis hecho de Sonseca una cosa buena,
y por eso ya es grande. ¡Enhorabuena, sonsecanos, por ser como sois!
Por eso a este sonsecano yo le canto / con palabras emotivas
de mi pluma, / le canto por su afán y su
trabajo, / yo le canto por su porte y su figura, / yo le canto por ser recio
castellano, / tan rico de grandeza y de
aventura / que te estrecha y aprieta bien su mano, / que tiene su honradez como
cultura, / y sus ojos y miradas van sembrando / su humildad y sencillez desde
su cuna.
Mas también a esta
villa de Sonseca, / a sus calles y a sus plazas yo les canto, / soy
juglar de alegría y de sus llantos, / respetando su costumbre y su pasado /
porque dentro de este pueblo soy paisano / y fuera de sus lindes yo presumo /
de ser de Toledo y sonsecano.
Pero dejadme que tenga una reflexión en voz alta para los
míos: para mi esposa, para mis hijos (que están a unos cuantos miles de
kilómetros) y para mis hermanos: gracias por lo que me siempre me habéis
dado. También para los que no pueden compartir este momento y contemplo
desde la atalaya del dolor y la ausencia: para mi padre y para mi madre que me
educaron en la sencillez y en la humildad, y a quienes les debo todo lo que
tengo, lo que soy y lo que hago. Para mi hermano Vicente y para mi cuñada
María que me dejaron demasiado pronto y nos quedaron muchas cosas
por hablar. A ellos les envío estas letras envueltas en viento al
cielo, para que también participen de este momento.
Conclusión
poética
Mas ahora terminaré profetizando mi futuro. Pues como con
los años cambiamos juventud por sabiduría, buscaré mis querencias, que no son
otras, sino las de este pueblo castellano. Esperaré tranquilo y sosegado /
que
cuando
a mí por la edad / se me recete el retiro, / recogeré bien mi hato / y aguardaré
mi destino / mientras corra el calendario, / porque no hay mejor camino / que
buscando mis querencias / retornar donde he nacido.
Mas llegados esos años, / y el tiempo ya dé lo mismo, /
en invierno, a la solana, / viendo jugar a los niños, / en verano, bajo el
árbol, / que da sombra y buen cobijo, / y así ver pasar la vida / entre
traguito y suspiro.
Después la silla y
el patio, / el cayado y el fruncido / de los ojos al mirar, / y sintiendo los
latidos / de un corazón desgastado, / ya roto por lo vivido, / contemplaré en
soledad / cómo la vida se ha ido, /
mientras escuche el cantar / de las coplas que haya escrito / y que ya nadie
sabrá / quien las compuso y las dijo /
porque así quise que fuese, / que mis versos sean leídos / y al llegar a los
demás / yo ser un desconocido.
Que solo mi
identidad / halle en el viento cobijo / cambiándose de lugar / buscando nuevos
destinos / al soplo del huracán, / y
envueltos por mis suspiros, / esparcidos por el mundo, / queden mis versos y
libros / y con ellos mi carácter, / educación y principios.
¡Muchas gracias, sonsecanos! / ¡y a Sonseca que me entraña!
/ ¡el retrato de vosotros, / donde veo a mi calaña! / Y a la Virgen los Remedios
/ rezadle hoy y mañana, / que Ella escucha y da respuesta / a oraciones y
plegarias / y nos abre cada día / a quien a su puerta llama.
Mil gracias, una vez más / del respeto recibido, /
generoso y humildad, / a este poeta perdido / que aprendiendo a caminar / al
escribir mis recuerdos, / cumplí con este pregón, / llenar mi zurrón de sueños.
Sed felices, disfrutad / en estos días de asueto / que la vida al caminar / marca muchos recovecos / mas en esta feria estad / en esparcimiento pleno / y es hora de ya exclamar, / y decidlo sin complejo, / ¡qué viva la devoción / de la Virgen Los Remedios!