lunes, 19 de mayo de 2014

CASALGORDO

   A lo lejos, a lo lejos
donde la vista se nubla
hay un campanario viejo
donde anidan los vencejos
y duerme la blanca luna.



   A lo lejos, a lo lejos,
se ven las piedras gastadas
pero tan bien colocadas
que ni el viento ni la lluvia
han logrado derribarlas.

   A lo lo lejos, a lo lejos,
también se ven las ventanas
con sus ángulos simétricos
de una perfección tan clara
que los que lo ven exclaman:
a lo lejos, a lo lejos,
esta torre y sus ventanas,
con frescas brisas de aire,
y tal vez iluminada,
que belleza y sutileza,
esta torre y sus ventanas.


Con su escalera de caracol,
con el tiempo desgastada,
se llega a la plataforma
cubierta de viejas tablas.

   A lo lejos, a lo lejos,
por una de las ventanas
se ve una fresca alameda,
y una leve brisa diáfana
que mueve sus verdes ramas,
como pañuelos de seda
al son de una bella danza.

A lo lejos, a lo lejos,
esta torre y sus ventanas
y esta alameda tan fresca,
moviendo sus largas ramas,
se ve en un lejano sueño,
pero de una realidad tan clara,
como esta alameda fresca 
y esta torre y sus ventanas.



   Junto a la torre, la Iglesia
con su puerta de herradura
y techumbre de madera; 
cuadros, sillas, bancos
y el retablo,
que belleza y maravilla,
la pintura de sus cuadros,
con un San Pedro en el centro,
con sus llaves en la mano,
y un Sagrario de madera,
que también policromado,
pone fin a la armonía
de este bello y buen retablo.

   La Iglesia es pequeña,
siete y ocho bancos,
una mesa en el centro
y lámparas a los lados;
pequeña es, pero bella.



   Pequeñas las casas,
pequeña la escuela,
pequeños los prados
que la rodean.

   Pequeño es el pueblo de Casalgordo,
pequeña su vida,
pequeño su todo.

   Pero grande es el alma de los vecinos,
grande y blanca
cual flor de primavera,
que mecida por los aires,
desprende olor, fragancia
y vida nueva.
                      F. G. R
  
   Escrita a mediados del siglo XX